martes, 27 de diciembre de 2016

Por uno de los años de mi vida

¿Cómo despedir un año como éste? De ninguna forma. Éste es uno de esos que llevaré siempre conmigo. Aunque a nivel político e incluso humano quizás haya sido el peor año que me ha tocado vivir, a nivel personal ha sido uno de los más increíbles de mi vida.

He hecho amigos de Castellón, México, Cataluña, Ecuador y Chile, amigos de verdad, de los que te llevas en el alma. He recibido visitas de mis amigas de siempre, que se han esforzado por seguir presentes pese a la distancia. He recorrido Barcelona de principio a fin, de norte a sur. Me he perdido en sus calles, con tan sólo música en mis oídos y ganas de seguir descubriéndola y que me siga sorprendiendo. He visto amanecer en la Barceloneta. He bailado en los dirtys de Razz y los domingos de Apolo. Me he fumado la risa en la Plaza Real y he sentido los nervios previos a ver a alguien en el Born. He caminado durante cuatro meses por Avenida Diagonal hasta unas prácticas que me encantaban. He ido a las fiestas de Gracia. He visto cómo la noche me atrapaba en Arco de Triunfo y como me dejaba atrapar por las manos de alguien en mi propia casa.



He tenido besos robados, besos prestados, besos fugaces de los que dejan estela, besos que queman, que enfrían, besos que repetiría mil veces y otros que no volvería a dar. He disfrutado de besos con diferentes nacionalidades, con distinto sabor e intensidad y con distinta huella.

Me he perdido en los laberintos de mi misma. He tenido una fiesta “sorpresa” por mi cumpleaños. He llenado mi cuaderno con frases quizás sin sentido pero nunca sin corazón. He ido a fiestas de colores, fiestas de disfraces y fiestas de la vida. He perdido el móvil, otra vez. Y he esperado muchas noches una llamada que nunca llegaba. He echado de menos a gente que ha marcado mi vida, he echado de menos a otros que no lo merecían y he echado de más a quien no me merecía a mí. Me he reído en un cine. He llorado en un avión. He rozado límites y he perdido vuelos.

He pasado un fin de semana en Mallorca. Me han llevado a la playa más bonita que he visto hasta le fecha. He visto el sol en Santiago. He vuelto al Orgullo en Madrid. Me he caído en Braga. Y me han recogido en Pontevedra siempre que lo he necesitado. Una clara de limón me ha refrescado el verano mientras veía el mar en Sitges con mi madre y mi hermano. Con ella he debido pasar 800 horas al teléfono y con pocas palabras siempre es capaz de saber cuándo estoy mal.

He recibido regalos que no esperaba, he probado los mejores nachos del mundo y he conocido a Dulceida y Alba en un chocohurros. Me he reencontrado con viejos amores, viejas dudas, viejos amigos y viejas versiones de mí misma. He visto al Madrid ganar la Undécima y a Ramos marcar un gol en el último minuto, una y otra vez. He llorado en un concierto de Adele. He escuchado “Fix you” en directo y he visto el Estadio Olímpico lleno de color gracias a Coldplay. He ido al primer y último concierto de Fifth Harmony de mi vida. He visto a Camren en persona.

He tenido siete compañeros de piso distintos, más los que ocasionalmente han ocupado nuestro sofá. He recibido incontables cartas en mi buzón, he escrito algunas que nunca he enviado. He escrito sobre chicas que aún no conozco, chicas que me gustaría conocer y otras que he dejado aparcadas al conocer. Me han dejado marcas de pintalabios, de dientes, de uñas, de sonrisas, de cigarros y de vidas frustradas. Me he metido un gol en propia meta. No me he roto ningún hueso pero sí he roto promesas. He tenido cenas cargadas de risas, sueños cargados de fantasía y la prepotencia de pensar que el destino me debía una. No he dejado de creer en Serendipity y sigo viendo “Breakfast at Tiffany’s” cuando noto que la tristeza, la confusión o la apatía me invaden y estoy perdiendo la fe en encontrarla. Sigo creyendo que ahí fuera hay alguien para mí.

Me he sentido una niña, me he sentido un alma vieja y, a veces, hasta he sentido que tengo 24 años. He cogido taxis, tranvías, metros, coches, trenes, buses y aviones y, en ocasiones, en pleno trayecto, me he preguntado a dónde iba. He cruzado todos los puentes necesarios para volver a casa, para volver a amistades que no olvidan y al cariño de mi madre un domingo por la tarde. He visto emocionarse a mi abuela al despedirse de mí, he leído versos que me han hecho sentir y he sentido que pese a mis deslices, pese a que a veces dudo de mí misma y pese a vivir dividida entre dos ciudades, por fin estoy en el camino en el que debía estar, por fin estoy construyendo la vida que quería, una que valga la pena recordar. Me he sentido yo unos 340 días del año y eso es mucho viniendo de mí.


He brindado y brindaré este 31 de diciembre por todos los días que vienen, porque “de la vida que soñamos aún nos queda lo mejor”. Esta Nochebuena he salido por la tarde en manga corta, en Galicia. Y eso creo que resume perfectamente lo mágico, único y especial que ha sido este año. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario