- Hummm... Pues en la serie llega un momento en que la protagonista tiene que elegir entre su exnovia Álex y su prometido Larry. Álex es adrenalina, un futuro absolutamente improvisado y la certeza del hoy en exclusiva. Puede hacerte sentir la mujer más especial del planeta o puede hacer que toques fondo y acabes en la cárcel, literalmente. Larry es un amor constante, con menos adrenalina y menos altibajos. Menos intenso quizás, pero más estable. Creo que en toda vida hay un momento en que tienes que elegir entre ambos. Y en cierta forma sentía que vosotras eráis mi Larry, una especie de tabla de salvación, un seguro; luego surgieron los problemas y empecé a dudarlo...
Esperé hasta que se durmió, la acaricié con
la mirada durante unos minutos y finalmente me levanté a las 7am con todo el
cuidado del mundo para no despertarla. Mi avión no salía hasta las dos del
mediodía pero si me quedaba una hora más en esa cama temí no marcharme nunca.
Como todas las mañanas de esa semana me
desenredé de su cuerpo, desnudo en esta ocasión. Me vestí, cogí la maleta y me
fui. Como única despedida dejé una carta dirigida a todo el grupo y una nota
para ella en la mesilla:
"Sabes que si me
necesitas volveré. Avísame si alguna vez te cansas de jugar."
No
sé si se la enseñó a las demás, si les contó o no lo que había pasado esa
última noche, si me odiaban por marcharme así después de acostarnos por primera
vez… Si ella me perdonó por dejarla en la cama y no despertarla.
Entro
en el bar al que tantas visitas hice hace años. Me freno en seco mientras ella
me aprieta la mano para transmitirme el valor que me falta. Me encantaría decir
que nada ha cambiado en el local, que todo sigue como en aquellas noches de
fiesta, de conciertos, de partidos; pero no es cierto, por supuesto que ha
cambiado, lo han remodelado y no parece el mismo. Ya nada parece lo mismo.
Las veo en la mesa del fondo y una
sensación de calidez me envuelve el cuerpo. Han pasado más de seis años desde
que acabamos la universidad (algunas antes que otras) y nos marchamos de
Santiago. Entonces cada una comenzó una etapa individual que en mi caso no fue
compartida.
Al igual que el
local todo el grupo ha cambiado desde la universidad. Miro sus caras y me
cuesta reconocerlas, más por la falta de contacto con la mayoría que por sus
posibles cambios físicos. Me doy cuenta de que no sé bien quiénes son, qué han
hecho con sus vidas, si se han casado, si son felices… Comprendo que la única
persona que me conoce bien en esa habitación es la chica que me coge la mano y
que presento como mi prometida. En seguida se da cuenta de que en parte me
arrepiento de haber venido a esta reunión.
De pronto me di cuenta: con la luz apagada y bajo los efectos de mi borrachera, me susurró en la piel que yo era la mujer de su vida. No lo dijo en voz alta, no lo dijo con palabras, pero lo escuché tan claro como si lo hubiera hecho, quizás más. Tomé algo de distancia, la escasa cantidad que su cama me permitía. ¿Cómo iba a ser yo la mujer de su vida si apenas me conocía? ¿En qué clase de drama barato de Hollywood me encontraba? ¡Hollywood! ¿A quién pretendo engañar? Esta historia no llegaría ni a un kilómetro a la redonda de las colinas de Los Ángeles. Sería carne de cañón de las sobremesas de nuestra televisión, en esos meses en que no se invierte un duro en este espacio. Y entonces lo supe: al mirar sus ojos yo no veía los de ella, al cerrar los míos imaginaba a otra. La engañaba en su propia cama y quizás eso era lo más triste de todo, lo más rastrero. Nunca le mentí, nunca le hice creer que había más que un simple acuerdo de aplazar nuestra soledad no deseada, nunca deseé que mi soledad se fuera del todo y nunca lo hizo, principalmente porque ambas teníamos demasiados fantasmas. Pero invitar de forma inconsciente a otra mujer al único momento íntimo que compartíamos... Eso era otro nivel. Antes de ese momento ya sabía desde hacía tiempo que no funcionaría: Mientras yo intentaba abrazar con todas mis fuerzas lo que me diferenciaba de la simple mayoría, ella intentaba ocultarlo. Se avergonzaba de todo lo que era y yo estaba en una etapa en que necesitaba justo lo contrario. Se estaba enamorando y yo intentaba dejar de estarlo al mismo tiempo que me daba cuenta de mi situación. Discutíamos, no nos entendíamos, incluso en los escasos momento al principio en que intentaba profundizar nuestras conversaciones rallaban la superficie. Pero más que nada el principal problema era que enseguida me di cuenta de todos los problemas de los que no me estaba hablando, de todos los precedentes y monstruos que acompañaban sus actos. En eso se parecía demasiado a Wendy y yo ni estaba dispuesta ni estaba preparada para pasar por lo mismo. "Un día todo esto cambiará y el año cero vendrá" Pero por mucho tiempo que pasara, por mucho que lo hubiera superado, ya no se trataba de eso porque lo importante es que yo no quería volver ahí. Veréis, había un pequeño detalle sinónimo de tontería pero que me hizo pensar aquella noche y todas las que le sucedieron: del mismo modo que Wendy, siempre tenía frío. Eso me llevó a tres años atrás, a ese momento en que al conocer a mi primera novia pensé que hasta físicamente nos complementábamos. Y así era. Yo fui el calor y ella el frío, absolutamente en todo. Pero ahora que había transcurrido cierto tiempo me había dado cuenta de hasta qué punto esa supuesta compatibilidad era errónea: yo siempre tenía que poner más de mi parte, que ceder ese calor y aguantar el frío, pero cuando estaba mal, cuando lo necesitaba, a mí nadie me arropaba. Por eso es una ecuación que no funciona, ni ahora ni hace tres años, ni nunca (al menos para mí). Sobre todo ahora que he conocido el mayor calor posible en otras personas. Es impensable que vuelva a aquello algún día. Por eso espero que se deje de historias raras y entienda que no es que hiciera nada mal, que no se trataba de inexperiencia o de ir demasiado rápido. Soy la primera que ha ido rápido otras veces. Esta vez, sin embargo, no se trataba del cómo sino de con quién. No sentí lo suficiente para lanzarme, no lo habría sentido ni en un millón de años por muy bien que ella me tratase (que a su manera lo hacía). El problema era más básico: Yo no quería las mismas cosas que ella, no pensaba igual ni me sentía orgullosa de su forma de pensar. Pero, sobre todo, yo pensaba en otra en el único momento en que el mundo entero debía olvidarse. Y eso no hay Dios que lo arregle. A veces creo que mi propia esencia masoquista no hay Dios que la arregle. But I'm trying... SO hard.
"Cool wind in my hair, warm smell of colitas rising up through the air. Up ahead in the distance, I saw a shimmering light."
Las palmeras de fondo y el sol en la piel. Una canción en tu cabeza que no deja de sonar y que tarareas siguiendo el ritmo con los pies. Un sombrero te protege del sol para que no se te quemen las pocas ideas que aún puedan quedarte.
El ruido del agua de fondo y el reencuentro con uno de tus sabores preferidos en el mundo: Malboro Mentolado.
Y, sobre todo, esa sensación de felicidad tranquila, de absoluta paz contigo misma. No echas de menos a nadie, no piensas en ella, no añoras ningún otro lugar, no esperas ninguna llamada que no va a producirse. Solo estás ahí viviendo ESE momento; y eso es algo que no hacías desde hace mucho tiempo. Te permites, por fin, despegarte de ese peso que te persigue desde hace un par de años... y entonces hasta tu propio cuerpo te parece más ligero. El limón de la Coronia te refresca la vida.
Aprecia lo que tienes aunque lo que tengas no te aprecie a ti.
Quiéreles como si no hubiera mañana.
Oblígate a sonreirles, incluso en el peor de tus momentos.
Se siempre tú.
Entrégate al doscientos por cien, sin reservas ni añadidos.
Espera tanto de la vida como de ti misma.
Piensa tan bien de ellos que no pueda abarcarlo un solo pensamiento.
Recorre la vida de norte a sur, recogiendo a un viajero en cada parada.
Se fiel a tus principios... y a tus finales, perfectamente melancólicos.
Habla de ellos como si acabaran de irse por la puerta, recuérdales como si siguieran aquí.
Borra todos sus mensajes y memoriza sus gestos, sus marcas.
Invítales. Se generosa. Se constante.
Pierde la última mano solo ante un poker de ases.
No les retengas, vendrán solos.
Sáltate los peajes para verles antes.
Estudia los puntos fijos de vuestro mapa incompleto. Cómpletalo.
Aunque tengas que poner más de tu parte.
Porque es probable que si cumples todo lo anterior siempre seas tú quién pone más de su parte.
Ponte en la lista de espera.
Porque si te das cuenta, en todos los verbos anteriores la única persona eres tú. Y la soledad no compartida ya no es tan divertida. Sobre todo cuando has llegado a compartirla con la gente equivocada.
Conocí a Verónica en un bar del que
yo era habitual y en el que ella nunca había estado antes (y a veces aún dudo
de que realmente estuviera allí esa noche). Llevaba puesto un jersey gris sobre
unos vaqueros, el pelo recogido en una trenza de lado y la sonrisa más brutal
que he visto en mi vida. Coincidimos en la barra para pedir una cerveza (una
excepción, yo desde luego no bebo) y empezamos a hablar. A veces lo pienso: si
hubiera ido cinco minutos más tarde no la habría conocido… si hubiera seguido
el consejo rácano y sobrio de mis amigas no habría ido a por una cerveza… Pero fui.
La encontré. Llegué a conocerla. Y puede, incluso, que la quisiera con la
intensidad con la que deseas lo más bonito que puedes tener.
Tardamos unos escasos diez minutos en
besarnos y treinta en coger un taxi para ir a su hotel. No sé si quiera si
llegué a probar la cerveza, ella fue la más perjudicada y abandonada de la
historia pero también el dinero mejor gastado.
No sé si fui para ella un rebote tras
una ruptura, si solo pretendía pasárselo bien o si salió esa noche con la
esperanza de encontrar al amor de su vida. Nunca se lo pregunté, ni ella a mí.
Probablemente por miedo a que contestase eso último. Hay un pequeño dato que no
os he contado: Vero volvía a Barcelona al día siguiente. Y quizás, de haberme
contestado eso, yo me habría ido detrás, sin importarme el trabajo o no tener
donde quedarme. Y ese era un impulso que aún no estaba dispuesta a seguir.
Verónica y su sonrisa eran maravillosas, pero no como para cruzarse un país
tras una sola noche juntas.
Después de pasar la mañana del día
siguiente tumbadas en la cama y hablando de todo y de nada, me pidió que la
acompañara al aeropuerto. Y me despidió con un beso en la cola de embarque
digno de cualquier historia de playa que se precie. Y tras verla marcharse
pensé: Ya está. Eso fue todo, su presencia en mi vida fue fugaz, brutal,
estelar como el de una estrella invitada a aparecer en una serie. Pero para
bien (y para mal) me equivoqué. Volvió a llamarme cuando vino a Santiago tres
meses después, al año siguiente y en varias ocasiones en el futuro. Nuestra
dinámica seguía siendo la misma en cada ocasión.
Verónica tiene altibajos pero es
adictiva. Es intermitente pero incandescente. Y nunca, nunca, nunca tiene frío;
eso me encanta. No hemos ido juntas al cine ni conoce a mis padres, pero es mi
compañera de aeropuerto, de cama, de una historia cercana pese a la distancia.
Porque eso es lo peor, da igual que la vea en Santiago o en Barcelona, despampanantemente
desnuda o cansada tras un viaje, Verónica es llegar a casa. Y eso es lo que más
miedo me da.
Parece extraño que unas cuantas
noches en una vida puedan pesar tanto, que no cambiemos esa relación. Ahora hace tiempo que no la veo y de vez en
cuando se pasa por mi mente y es como una punzada de dolor. Como ese concierto
de tu grupo favorito al que no conseguiste que tus padres te dejaran ir o del
que no pudiste comprar las entradas a tiempo; y algunas veces cuando escuchas
sus canciones viene a tu mente ese recuerdo que no existió y sientes una
punzada de añoranza. Pero no por ello vas a dejar de escuchar tus canciones
preferidas porque lo que te aportan bueno es mucho más grande que la parte
mala. Eso es ella para mí.
¿Rubias o
morenas? La eterna pregunta. ¿Ojos claros u ojos castaños? ¿Arregladas o
informales? ¿Jennifer Aniston o Angelina Jolie? ¿Blair Waldorf o Serena Van Der
Woodsen? ¿Audrey o Marilyn? A todas respondo con una frase que me dijo mi padre
una vez: ¿por qué elegir?
La clase de glamour y extravagancia
de Audrey/Holly desayunando frente a Tiffanys. La sensualidad de Marilyn
cantando el “Happy birthday” o con su mítico vestido blanco. Naya Rivera
bailando y quitándote el aliento. Carmen Electra corriendo para
salvar al ahogado nº800 incitándote a ir a esa playa TODOS los veranos de tu
vida. Lara Croft y su ajustado traje gris. Julia Roberts en una bañera de la
que no saldrías nunca. El exotismo de Shay Mitchell y la dulzura embargadora de
Dianna Agron. La voz de Adele y la pasión de Lea Michele. La sexualidad
desbordante de Kate Upton. El lunar de Cindy Crawford. Cualquier ángel de
Charlie y las fotografías de Natasha Nicole que me alegran el día. Lena Heady y Piper Perabo besándose en pleno
atasco, Thelma y Louise cogidas de la mano hasta el final, Spashley y la
diversidad del reparto de The L Word.
Me perdería con Scarlett en Tokio en cualquier momento, compraría Dior por una
cita con Natalie Portman y sin duda sería cliente fija del bar coyote. Sin
duda, envidiaré eternamente a Mr. Darcy por haber encontrado a alguien como
Elisabeth Bennet.
Doy gracias a Dios por cada una de
ellas. Lo siento, no puedo evitarlo, mi mente está llena con recuerdos e
imágenes de mujeres. LA chica sonriéndome en una estación de tren, París
compartido con una mujer, las guiris tomando el sol en Tenerife, la cantidad de
clases que pasé robando miradas rápidas a esa chica perfecta, ese perfume que
reconocería en cualquier parte y que me lleva siempre a ti.
Y creo sinceramente que el mundo
sin la sensibilidad y empatía de una mujer no tendría ningún tipo de sentido, o
al menos el mío carecería de la pasión y emoción que me producen, volviéndose
completamente insulso. Por supuesto que a veces somos incomprensibles, que he
tenido más de un quebradero de cabeza por más de una chica… y los que me
quedan. Y al igual que a veces desearía no fumar por esos momentos de despiste en que me acabo quemando, también desearía no
implicarme tanto en las personas que me rodean y especialmente en las figuras
femeninas de mi vida, por todos esos momentos de malentendidos, discusiones,
decepciones y lágrimas. Pero los momentos buenos compensan con creces a los
malos y si hay algo que vale la pena en la vida son ellas. Y más en nuestro
día.
“Elegance is the only beauty that
never fades” Audrey Hepburn
"Las princesas se hicieron para consentirlas; las damas para
respetarlas; y todas las mujeres para amarlas." Marilyn
Monroe.
“Well- behaved women rarely make
history” Laurel Thatcher
“Over the years I have learned that
what it’s important in a dress it’s the woman who is wearing it” Yves Saint Laurent
“So undoubtably addicted to the way
she swayed when she walked, entranced by the quiet tone of her voice
counteracted by the underlying hint of passion burning within her eyes. This
girl was trouble, I was no idiot, but she made me feel like one. I couldn’t get
enough. There would never be enough.” Natasha Nicole
“Cut the ending. Revise the script. The man of her dreams is a girl.” Julie Anne Peters
Y a MI futura mujer le diría: Wherever you
are, whoever you are, I would be blessed if I met you, if I had you in my life.
So I’m here, darling, and I’ll be waiting for you.
Pd. Y si hubiera que elegir, he decir que las rubias me aceleran el corazón pero son las morenas las que se quedan con él. Al menos hasta ahora.