domingo, 6 de octubre de 2013

Reencuentro (tercera parte)

- ¿Por qué no te despediste?
- Por la misma razón por la que me fui.
- ¿Que fue...?
- ¿Conoces la serie "Orange is the new black"? 
- No.
- Hummm... Pues en la serie llega un momento en que la protagonista tiene que elegir entre su exnovia Álex y su prometido Larry. Álex es adrenalina, un futuro absolutamente improvisado y la certeza del hoy en exclusiva. Puede hacerte sentir la mujer más especial del planeta o puede hacer que toques fondo y acabes en la cárcel, literalmente. Larry es un amor constante, con menos adrenalina y menos altibajos. Menos intenso quizás, pero más estable. Creo que en toda vida hay un momento en que tienes que elegir entre ambos. Y en cierta forma sentía que vosotras eráis mi Larry, una especie de tabla de salvación, un seguro; luego surgieron los problemas y empecé a dudarlo... 

  Desvía la mirada hacia la chica con la que compartí esa última noche.

- ¿Por ella?
- Entre otras cosas. Pero no me entiendas mal, podría haberme quedado y seguramente seguiría teniendo la misma relación con todas o una semejante a la que teníamos entonces, probablemente habría estado en tu boda o cuando nació el niño de Laura. Y aunque de otra manera, habría sido feliz también. Pero elegí a Álex. Elegí mudarme a una gran ciudad en un continente distinto, escogí lo inesperado, la opción menos segura quizás. Entre Álex y Larry no hay una opción más correcta que otra, no hay una que te garantice una mayor felicidad, todo es cuestión de lo que esperes de la vida. 
- Elegiste a Álex, lo entiendo, pero eso no explica por qué no te despediste. 

  Ambas sonreímos ante su insistencia.

- Porque en el último momento, en la serie, a Larry le basta prácticamente con chasquear los dedos para que ella vuelva corriendo a sus brazos. Tomé una decisión y temí que si me despedía no sería capaz de irme. Y más después de esa noche... Si me lo hubierais pedido, si ella me lo hubiera pedido es probable que me hubiera quedado. Y creo que habría sido un error. 
- ¿Sabes? Lo pasó mal cuando te marchaste, se quedó destrozada. Creo que solo lo habló conmigo y con Lau y en muy escasas ocasiones, dudo siquiera que las demás lo sepan. No sé por qué se acostó contigo...
- Ni yo.
- Pero al menos como amiga eras importante para ella.
- Pues no lo demostró. Ni una visita, ni una carta, ni una llamada, ni un simple mensaje.... Absoluto vacío en seis años. Eso es mucho tiempo.
- Tu forma de irte tampoco fue la mejor...

  Sonreí amargamente por su frase y por la letra de la canción que empezaba a sonar de fondo en el bar. "La puntualidad de los sentimentales que estiran el tiempo como si un adiós fuera a durar toda la vida. Y una despedida que no terminó." 

- Volvamos a la mesa anda. 

  El eco de esa canción se mezclaba en mi cabeza con mis recuerdos de hace tiempo... Y es como si me trasladara de nuevo a esa casa en San Francisco, dos años después de dejar mi ciudad atrás... Me despierto cuando la luz del sol de California inunda la habitación y miro a la chica que se encuentra a mi lado en la cama, la que acabaría siendo mi prometida; todavía está dormida. Y por un segundo, tras mucho tiempo sin pensar en ella, mi ¿amiga? viene a mi mente de nuevo, como una asistente sin invitación, como una intrusa en un momento personal. Y lo único en lo que pienso es en una estrofa de esa canción, la misma que suena ahora en el bar:
        
    "Se hace de día en una ciudad que no es mía, la chica que duerme a mi lado nunca sabrá que existías, jamás se hablará de ti en la comida. 
Y eso que a veces, cuando atardece, pienso en la vida que voy a perderme... Luces incandescentes... Sueño que vienes a verme." 

  Entonces, desde el otro lado de la mesa, llamo la atención de la única amiga que vino a visitarme, con la que hice la ruta 66. 

- Ana, ¿sigues creyendo en Serendipity?
- ¡Por supuesto! ¿Qué pregunta es esa? 

  Prefiero echarme a reír que dar explicaciones sobre mi pregunta; prefiero no tener que contarle que no sabría cómo interpretar que justo en ese momento esté sonando esa canción; prefiero no decirles que yo también lo pasé mal al principio cuando tuve curros de mierda y estaba sola y me sentía sola. Porque la confianza que sentía hacia ellas, sobre todo al principio, ya no está ahí, ya no puedo hablar de cualquier cosa y fingir que no llevamos años de distancia, más figurada que literal. Del mismo modo que antes en la barra no fui capaz de abrirme y contestarle a Lidia que yo también me quedé destrozada, que los primeros meses calculaba la diferencia horaria casi a diario a la espera de que Brenda llamara, que al fin y al cabo era una de mis mejores amigas pero además de estar perdiéndola no tenía a las demás para reconfortarme. Y no sé si ha cambiado, pero entonces ambas sabíamos perfectamente cómo era y si la despertaba esa mañana y me intentaba despedir empezaría a llorar, me pediría perdón, me diría que estaba confundida, discutiríamos durante horas y perdería el avión. Si fuera necesario habría perdido muchos aviones por ella. ¿Pero para qué? Al cabo de unos días (como mucho) y después de marearme, me diría que fue un error y que no quiere perderme como amiga. Y yo aceptaría ser su amiga; al fin y al cabo no es como si no me hubiera pasado antes... ¿Pero se supone que tengo que firmar por esa vida? ¿Una y otra vez? El problema es que ella, incluso solo como amiga, era capaz de tocarme una fibra sensible que tanto podía llenarme de felicidad como podía rasgarme por dentro, y ni si quiera se daba cuenta la mitad del tiempo. Si hubiera dejado que me besara una vez más, si le hubiera dejado dormir en mi cama una noche más, los daños podían ser irreparables. Era de las pocas chicas con la capacidad de destrozarme la vida. Y yo lo sabía. Por eso, en muchos sentidos, me fui antes de tiempo. 

  Y es entonces cuando por fin lo entiendo. A pesar de todos los sentimientos confusos generados por este reencuentro, a pesar de la añoranza que siento tanto por los años que pasé con ellas como por los que nunca compartiremos, a pesar de que en ciertos momentos las he echado mucho de menos; ahora comprendo al contemplar nuestros vasos casi acabados que tomé la decisión correcta. Me fui porque debía hacerlo. Me fui sabiendo que cambiaría mi vida y en cierta forma la de ellas, sobre todo porque rompí el acuerdo no escrito en nuestro contrato, puse en tela de juicio las bases de nuestra relación y a partir de ahí todo se desmoronó. Y es que hasta ese día en que decidí no despedirme yo había sido (o así lo pensaba) la clase de amiga con la que siempre podrían contar, la que estaba dispuesta a poner un poco más de su parte si era preciso, la que podía escuchar ralladuras durante horas de aquellas que estaban dispuestas a abrirse. Pero ese último año de universidad yo misma me noté distinta, me supe distinta; descontenta con la situación alteré los factores para intentar cambiarla. Tampoco eso funcionó. Y puede que fuera el momento clave de mi decisión: pensar que igual por tratar de conservarlas me estaba perdiendo a mí misma. 

  En cierta forma fue también una prueba: si realmente me querían, si me creían una constante en sus vidas y no un elemento pasajero (al que quizás sí le coges cariño pero al que no consideras parte de ti), entonces pasado el enfado inicial buscarían la forma de demostrarlo. Y yo las habría recibido de vuelta en mi vida con los brazos abiertos... Pero eso no sucedió. Nunca volvimos a tener una conversación que superara la superficie, nunca se plantearon el venir a verme (salvo Ana) ni tampoco insistieron en que volviera yo a visitarlas, nunca sentí que de verdad me echaran de menos, o no de esa manera en que yo había echado de menos a ciertas personas especiales a lo largo de mi vida, esa forma de extrañar que te cala hasta los huesos. 

Yo no era su constante y seis años eran más que suficiente para darse cuenta. Aunque hay cosas de las que es mejor no darse cuenta nunca. 

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