martes, 20 de septiembre de 2011

Una sala de cine (Parte 1)


¿Sabes? He vuelto allí, a ese cine antiguo. Quizás no sea de época, pero definitivamente tampoco es muy moderno. Y la sala está vacía. Me siento y espero. Ni si quiera veo la película, solo espero. Vuelvo a ese sitio en que un día te quise y espero a que ese sentimiento vuelva. Espero tanto que el revisor tiene que invitarme disimuladamente a irme cuando los créditos terminan. Pero no he vuelto a sentirlo. Y soy idiota, lo sé, porque en el fondo fui allí a buscarte. Y me acuerdo entonces del día que tuviste que salir corriendo de la sala porque estabas mal; no he olvidado ese miedo, miedo a hacerte daño. Yo nunca quise hacerte daño. Abro la puerta y tiro la entrada; aún conservo todas las demás pero esta no la quiero, en esta no habrá un buen recuerdo tuyo como en todos esos trozos de papel. No quiero irme, pero miro aquella sala vacía y ya no nos veo. Agarro con fuerza la puerta. Frustración, mi peor enemiga. La suelto de golpe y me da la impresión de que mientras va desde mi mano hasta el marco, la sala se llena con todos mis recuerdos de las dos, con todos los buenos momentos, y yo me llevo su vacío, su añoranza, su falso y viejo esplendor de cine olvidado.