Conocí a Lady Drama en una calle de Madrid. Vaqueros
rotos y cazadora de cuero siempre desabrochada. Con pinta de haberse pegado la
noche de su vida sin que eso pareciera suficiente.
Nunca me prometió más que
momentos intensos: peleas a la puerta de un bar, un orgasmo en un baño,
cigarrillos a medias y llamadas de madrugada para decirme que me quiere sin
quererme.
Lady Drama te absorbe el
alma, te confunde, capaz de lo mejor y de lo peor. Con un físico que volvería
loca a la más hetero y un corazón en cuidados intensivos, es capaz de ver
fantasmas donde no los hay y de montarse películas dignas de Hollywood.
A Lady Drama le daría mi
ropa antes que mi alma, la llamaría por su cumple pero no en Navidad, le
pondría a Guns and Roses antes que a Adele y le pagaría una copa una noche
cualquiera pero nunca le regalaría flores. O eso pensaba.
Es esa persona que encenderá una parte de ti
que ni conocías hasta el momento, que te invitará a llevar esa filosofía de
vivir el día a día. Me dará noches dignas de recordar, seguro, y sonrisas por
la mañana cargadas de un feliz agotamiento, pero nunca me plantee que ella
fuera el amor de mi vida… Hasta ese momento.
Si
hay una estación en la que no creía que fuese a pasar era verano. Tan falta de
ropa como de preocupaciones o complicaciones. Llegaba a las vacaciones con el propósito de
dedicarme a mí misma ese tiempo que tanto me negaba o faltaba el resto del año;
cogía el verano con la idea de disfrutar de una perfecta e indolora soltería
tras haber superado a esa primera chica. Y, sin embargo, protagonizaste uno de
esos momentos que brillan más que el sol en pleno julio. Fuiste el calor más
grande y más humano que he conocido, no de esos agobiantes de los que pretendes
escapar sumergiéndote en el agua, sino de esos que abrazas con una sonrisa y
una cerveza en una terraza a medianoche. Vi tu pelo rubio en un callejón sin
salida, me abrazaste en una piscina vacía y aún así supe que eras tú; eras
Summer y nadie más volvería a serlo. Y cuando sientes algo así no existe la
menor duda posible.
Pero si fuéramos una
estación, contra todo pronóstico, seríamos otoño. Se supone que es la estación
más melancólica, pero cuando las hojas se despegaban de los árboles dejándolos
vacíos, tú y yo construíamos recuerdos nuevos. Me llenaba de ti cada martes por
la mañana mientras Michael Buble nos servía de despertador. Nunca he vuelto a
querer como lo hacía en esos días. “You
are always on my mind” Y quizás por eso fue la estación que más rápido se
me pasó, aunque también la que más tiempo duró en mi.
Y cuando el invierno llegó
resbalamos mil veces, te escapabas de mis brazos tan rápido como habías llegado
a ellos. O quizás te echaba yo. El frío me caló en los huesos durante unos días
pero créeme, nunca dejé de sentirlo, siempre creí que eras tú. Pero es posible
que tú nunca lo tuvieras tan claro. Te agarré con más fuerza que nunca bajo la
fría lluvia de diciembre y despedimos el año con el beso más cargado de
incertidumbre que he dado nunca. Podías ser el amor de mi vida o podías dejarme
al día siguiente sin mirar atrás. Pero al menos aún había esa duda, aún
compartías conmigo un momento tan especial. Y parecías feliz. Mi deseo de año nuevo
fue vivir esa "noche del 99 que llegó hasta abril”.
Pero nunca la vivimos. El
nuevo milenio se presentó en nuestras vidas y nada volvió a ser igual. La
primavera chocó con nosotras con tal intensidad que nos destrozó de todas las
formas posibles. Seguía adorando tus imperfecciones, ¿pero me harían feliz un
año después? ¿Y cuando tuviera treinta? Verás cariño, nunca dudé de que me
quisieras sino de tu forma de querer. Quizás no lo entiendas, pero sigo
creyendo que cuando das tu corazón los das al cien por cien. No soporto a quien
ama sin ganas, a medias, con el freno de mano siempre puesto. “Nunca lo sabes,
nunca estás seguro; la seguridad es para los que no aman”. Y nunca te vi en ese
instante de desesperación cuando crees que vas a perder algo que quieres con
locura. Por eso cuando te fuiste no me sorprendí tanto, por eso nunca completamos
las cuatro estaciones, no llegamos ni a los 500 días juntas.
Y entonces ella me preguntó: ¿Y qué buscas tú en una chica? Y sin pensarlo así definí a la mujer de mi vida: Debe estar loca; ser una montaña rusa en el mejor sentido, de las buenas que te hacen vibrar y te dan chutes de adrenalina pero con las que sabes que también habrá caídas, precisamente porque lo vives todo a gran velocidad. Esa es mi forma de querer: como si no hubiera mañana, sabiendo que si lo hubiera lo planearía siempre con esa persona... para siempre.
Y una sonrisa me invadió por dentro. Tener la certeza de que sabes lo que quieres a veces es incluso mejor que haberlo encontrado. Te da esperanza, te da algo por lo que luchar.
"No es que padezca Insomnia, es que me falta Oniria"
Ver a través de la ventana una vespa blanca aparcada bajo la lluvia; las gotas empañando el cristal. Y recorrer el mundo sobre ella en tu imaginación.
Pasear por Roma cogiéndote la mano, acariciarte los nudillos dibujando pequeños círculos. Sonreír a un turista que pasa a tu lado o ignorar el móvil que suena incesantemente en tu bolsillo. Saludar a los amigos que os esperan en una terraza a la sombra. Mirarla como si fueras a descubrir algo nuevo cada segundo, saborear el vino en sus labios. Poder vivir la vida en francés, inglés o castellano pero siempre, siempre, entenderla en italiano. Y saber que has llegado a tu destino.
Sonríes en tu pequeña habitación y apoyas la cabeza en el respaldo de la silla, maldiciéndote por tu eterna condición de soñadora. Y una lágrima resbala por tu realidad y roza tu sonrisa. Es entonces, justo en ese instante, cuando comprendes que hay alguien viviendo esa vida; en algún lugar del mundo existe esa persona que vive la vida que tú sueñas y sobre la que escribes. Y esperas, de todo corazón, que la esté disfrutando. Tú sin duda lo harías.
Hay días que
enciendes la radio y escuchas una canción tras otra sin que ninguna te diga
nada. A veces tarareas alguna un par de días, una noche quizás, pero pronto se
irá también de tu cabeza. Sin embargo, hay otras canciones que se cuelan poco a
poco: el primer día te dejas llevar por el estribillo, te acaricia la piel pero
también te invita a abrir tu mente, te gusta, te llama la atención y a medida
que pasan los días y la vas escuchando te aprendes también las estrofas.
Es ese
último tipo de canción el que más tiempo permanecerá en tu mente, el que hará
que te sientas impaciente por volver a escucharla. Una canción que habla de
puertas que se abren y se cierran, que deja entrever pero nunca es clara, que a
veces parece lo más dulce y a veces lo más indefinible. Invitadora, distinta,
quizás no para todos los públicos. Y cuando aparezca de nuevo la oirás aún con
más ganas, con más atención, intentando descubrir en ella cosas que las
primeras veces se te habían escapado, tratando de imaginar cuál es la historia
detrás de esas letras.
Es entonces
cuando te harás tus suposiciones y la sentirás a tu manera, porque la misma
canción es distinta según quién la escuche. Te gustaría tener todas las claves
para tocarla, para que suene cuando quieras que lo haga, pero es difícil tocar
una canción sin conocer todos sus acordes.
Sentarme en la terraza mientras el
sol desaparece poco a poco del horizonte, iluminando nuestros primeros intentos
de conversación del día. Unas cuantas cervezas a mano que llenen los silencios
secundarios. Sentirte cerca y saber que, por momentos, nuestras mentes vuelan a
kilómetros de aquí, sopesando qué nos traerá un nuevo curso, un nuevo ciclo. Mirarte
entre trago y trago y saber que no podría conocerte más, sin embargo aprenderé
algo nuevo de ti cada día. Consumir las horas entre borrachera y borrachera
hasta que llegue el frio, por pasar el rato y detener el tiempo. Quemar juntas
los últimos días de verano.
Y cuando empiece a hacer frío y el sol haya dejado paso a la noche,
traerte una manta, sustituir las cervezas por dos copas de vino. Hablar de las
fiestas a las que no hemos ido, de las noches que apenas recordamos, de lo
desconocido. Pero mencionar también esa foto inolvidable, las risas de este
verano y ese pitillo a medias que seguimos compartiendo. Nunca he dejado de
tenerte a medias y nunca nada me ha sabido tan entero.
Tararear los grandes éxitos de nuestra vida, bailar sin
música, acumular anécdotas.
Sentir la piedra fría en los pies, el calor de tu mano en mi
nuca y el vino en los labios.
Y cuando los ojos se me vayan cerrando, presas inevitables
del trascurrir del tiempo, te diré que es hora de dormir. Mañana será un nuevo
día pero será el mismo, o tú y yo lo viviremos igual. Y me acostaré con la
certeza de que si el otoño que llega es como estos últimos días de verano,
entonces será maravilloso; la vida será maravillosa. Recuerdo que alguien me
dijo esa frase una vez:La vida será maravillosa. Estoy segura.
Si la vida fuera una montaña rusa te pagaría la entrada para
que fueras mi compañera de travesía. Tu función principal sería la de compartir
en las alturas esos instantes mágicamente felices, esos momentos tiernos que
dibujan sonrisas sinceras. Serías la luz que me ayude a distinguir lo que
realmente quiero. Porque creo que el fondo buscamos lo mismo, de distinto modo
o en distintos lugares y personas pero sigue siendo lo mismo, esa esencia
extraña que tanto parece desentonar con el mundo.
Una buena compañera de viaje entiende que en cualquier
momento la montaña rusa puede descender bruscamente hacia lo más bajo, pero que
la intensidad y la adrenalina del momento justo previo a la caída hacen que
valga la pena. Aunque solo sea por el privilegio que tenemos de alcanzar a
vislumbrar vistas con las que otros sólo sueñan. Precisamente por eso elegimos
esta atracción y no cualquier otra. Y por lo imprevisible que puede llegar a
ser el rumbo que toman nuestras conversaciones.
En lo más bajo, una buena compañera de viaje sabrá frenar la
caída con palabras sinceras y estará ahí hasta que los raíles nos lleven de
nuevo a las alturas. Una verdadera yonki de la adrenalina es en ese momento
cuando permanece más fiel a sus ideales, cuando no sabe si habrá más caídas.
La magia sorprendente que es tenerte alrededor tiñe el café
con leche clara, endulza el momento sin que pierda su esencia; tal vez no lo
entiendas pero haces que el aire que me golpea en la cara mientras el vagón
avanza tenga un extraño sabor a viejo (“old” pero en el mejor sentido de la
palabra); como algo que no se desgasta, que permanece guardado para quien sepa
encontrarlo, como algo cuyo valor solo puede crecer con el tiempo hasta
convertirse en ese tesoro en el que estuviste a punto de dejar de creer.
Ahora que sé que no estoy sola y que la aventura solo ha
comenzado… Are you ready for another
ride? Yo invito.