lunes, 23 de mayo de 2011

Otra vez impar

Un día me sorprendí pensando que ya no había por qué pensarlo todo tanto. El aire de finales de verano se colaba por mi ventana, abierta al drama, a las risas y emociones, a una serie de catastróficas desdichas… abierta, sin más, a la vida y a lo que ella pudiera traerme o arrebatarme. Esa mañana sin compañía entre las sábanas azules, volví a sentir que ya no estaba sola, que el número dos volvía a tener un hueco en mi vida. Entre el solitario uno y el excesivo tres (son multitud, salvo en lujuriosas excepciones), yo volvía a quedarme con el dos.
Esa mañana de finales de septiembre supe que ella estaba conmigo, aunque igual ni lo sabía aún. ¿Y por qué apresurar las cosas?, pensé. Y el tiempo me daría la razón, poniéndonos a cada uno en su lugar, concediéndonos nuestro momento. De ella y mío, de nadie más. Porque el verbo principal del dos es compartir. Y ya no hablo de cosas simbólicamente sentimentales, ni de compartir la vida, el amor, la felicidad, la paz en el mundo ni el plus del salón. Sino de cosas simples y cotidianas como la cuenta de una cena que nunca quisiste que acabara, o las entradas de una peli que no soportabas pero que fuiste a ver por ella. Porque quizás lo simple y cotidiano era lo mágico. Y solo ahora lo comprendo.
Ese día volví a encontrarme asaltada por ideas imprudentes, por billetes de ida y vuelta a Pontevedra, por escenas sin pudor, por llamadas a las tantas donde había todo por contar y nada que decir, donde presuponer era de vagos, porque yo prefería conocerte. Y vagamente logré hacerlo. Pero sé que fuimos dos y que a veces nos sentí uno… y por desgracia una noche me tentó el tres. Pero eso ya es pasado, tanto o más que el dos que fuimos.
A veces creo que nos faltaron agallas para ser uno de forma prolongada, a veces dudo de que estuviéramos, si quiera, en el mismo código numérico. Pero bueno, también supe siempre que aspirar al dos tenía consecuencias. Número par. Apuesta a todo o nada. Va todo al ganador. Y siempre gana la banca. O el olvido; en nuestro caso, lo vivido. Pero por esos momentos que me hicieron creer que no volvería a ser uno, porque nuestra historia lo exigía (conseguí que fueras mi par gracias a las chorradas que te escribía), para despedirme, te escribí también aquella carta:
http://cartasaneverland.blogspot.com/2011/04/end.html

Meses después me volví a despertar en esa cama, ahora de sábanas blancas. Y sin pena ni gloria, con una cierta sonrisa agridulce de quien tiene la certeza sobre algo, pensé: bueno, otra vez impar.