lunes, 21 de abril de 2014

Reencuentro: Lidia

Estuve casi 6 años fuera… Unos 72 meses… cerca de 2.190 días, con sus noches, sus mañanas, sus momentos buenos y sus momentos malos. Cerca de un total de 52.560 horas que llegaban a su fin. En todo ese tiempo te puede pasar de todo, la vida puede cambiar de arriba abajo y que haya muchas más cosas que se han transformado que aquellas que permanecen intactas. Y de todas esas horas y minutos que pasé lejos de mi ciudad natal, en mi historia con Lidia destacan los consumidos en cuatro llamadas concretas que me hizo a lo largo de los años.
La primera fue al poco tiempo de llegar, a las dos semanas o menos. Lidia estaba preocupada por si estaba bien, si había encontrado donde vivir y si me manejaba con el inglés. En determinados momentos intentó preguntarme por Brenda, por qué no habíamos hablado desde que me fui, si yo estaba bien… Me pareció bastante impropio de Lidia, que por otra parte siempre se había mantenido bastante cauta y neutral ante cualquier problema que hubiera en el grupo y me dio la sensación de que igual mi amiga ya le había informado de lo que había pasado. Zanjé el tema de inmediato y Lidia entendió que esa era zona prohibida y en toda nuestra comunicación posterior no volvió a intentarlo, hasta nuestro reencuentro en el bar de Santiago.

domingo, 20 de abril de 2014

Reencuentro: Laura

   
Laura se había obsesionado en los últimos años de carrera, o quizás mucho antes de eso, con que probablemente no encontraría a su pareja definitiva en la vida; le costaba dar con un chico que captara su atención y los que lo hacían no sabían apreciarla. Pensaba en comprarse un gato negro llamado Mortis Causa que la acompañara en los años de soledad que le esperaban. A mí en general me parecía un plan absurdo, tanto lo de considerar a un gato como tu mejor opción de animal de compañía, como lo de que mi amiga acabaría sola. Y es que Laura además de ser muy guapa tenía cierto encanto que más comprendías cuanto más la conocías. Y el mundo terminó por darme la razón: Laura se casó el 16 de abril del 2020. 

Habíamos coincidido en el instituto pero no intercambiamos más que algún saludo en el último año por compartir amigos comunes y no llegué a conocerla realmente hasta segundo/tercero de carrera. No por ello me sentía menos unida a Laura que al resto, en absoluto. Conocer a Laura fue una sorpresa; la impresión que tenía de ella no se ajustaba para nada a la persona que conocí después y cada año acumulaba más razones por las que quererla. Compartimos piso mi último año en Santiago y, quizás sin quererlo o sin haber solicitado ese puesto, ella fue el punto intermedio entre Brenda y yo, nuestro nexo de unión. Mantuvo la calma en todas nuestras discusiones, tratando de que ambas cediésemos pero sin inmiscuirse demasiado, sabiendo exactamente hasta dónde podía insistir en una reconciliación o en lo absurdo de nuestra pelea, siempre quitándole hierro al asunto y sacando a la luz los aspectos positivos de nuestra otra amiga. Aunque algo reservada con respecto a sus problemas sabía siempre cómo mantenerte al día y cómo hacerte sentir parte de su vida, una parte importante. Para mí tener a Laura en casa significaba alegría, cariño, compañía… En poco tiempo supe enseguida cómo pensaba y aunque no siempre coincidíamos en nuestras opiniones o nuestra forma de expresarlas, encontré en ella una complicidad que no esperaba y que fue uno de los aspectos más positivos de ese último año.

sábado, 19 de abril de 2014

Reencuentro: María

La primera vez que María vino a mi mente fue a las pocas semanas de llegar a San Francisco. Había conocido a un grupo de chicas en un bar gay unos cuantos días antes y después de quedar con ellas varias veces y ver que congeniábamos bien, me invitaron a ir con ellas al Orgullo que se celebraba en quince días. Era la primera vez en mi vida que iba al Orgullo gay en una ciudad grande y además de sentirme más cómoda e integrada que nunca en un grupo al que casi acababa de conocer, tuve uno de los fines de semana de fiesta más grandes de la historia.

Entre aquel grupo de chicas, que se convertiría en mi círculo más cercano de amigos en los meses y años siguientes, había personalidades y personajes de todo tipo: Lauren, una modelo afroamericana a la que era humanamente imposible no mirar; Jenny, que tenía una familia importante en California que había dejado de hablarle cuando salió del armario; Kristal, la persona más desequilibrada y divertida que he conocido; Marina, una mexicana recién llegada a San Francisco y con la que, quizás también por ser nueva allí, conecté en el minuto uno y que se convertiría en mi inseparable todos los años que pasé en California, mudándose también a Nueva York cuando me fui; Alison y Rachel, más cerca de los treinta que de los veinte y a punto de casarse, eran por supuesto las mamis del grupo; y, por último, Natalie. No he conocido a nadie en mi vida que me recuerde tanto a María como aquella chica. La primera vez que la vi fue concretamente después del desfile del Orgullo, llevaba un bikini y unos shorts vaqueros, estaba rodeada de gente y me pareció el alma de la fiesta. De pelo castaño casi rubio, ondulado y con una sonrisa espectacular a pesar de (o precisamente por) una pequeña cicatriz que tenía en el labio superior, me pareció la versión lesbiana de María. Me fijé en como la miraban el resto de chicas de la fiesta, como trataban de llamar su atención y me teletransporté en mi mente a aquellas noches en Santiago en que observábamos, con más o menos admiración en función del sujeto, las conquistas que María iba añadiendo a su lista.

Reecuentro: Ana

             
        Me levanté temprano esa mañana, como si mi propio cuerpo no pudiera descansar de forma normal ante la adrenalina y los nervios que lo consumían. El sol brillaba a través de las cortinas mientras desayunaba en la pequeña cocina de mi apartamento en San Francisco. En mi móvil sonaba la lista de reproducción que había creado unos días antes con canciones  que tanto me recordaban a ella, a aquellos años. Cogí el coche para dirigirme al aeropuerto y durante todo el trayecto apreté el volante con fuerza, llevaba dos años sin verla y me moría de ganas de abrazarla. 

Aunque al marcharme de Pontevedra y Santiago rompí con todo lo que dejaba atrás, en cierta forma con la única que aún tenía un lazo en el presente era Ana. Quizás porque no estuvo el año en el que todo empezó a quebrarse, quizás porque ella misma trató de forma insistente de que ese lazo no se rompiera. Las cosas nunca volvieron a ser iguales, pero mandaba cartas de vez en cuando, me llamaba por teléfono y tenía ciertos detalles que hacían que incluso dudase de la decisión que había tomado. ¿Era realmente necesario para iniciar una nueva vida arrasar con todo lo que configuraba la anterior? 

viernes, 18 de abril de 2014

Reecuentro: Brenda

     No hemos hablado en seis años. Ni siquiera el otro día en nuestro reencuentro en el bar intercambiamos más que unas cuantas palabras de saludo y despedida. Ni un abrazo, ni un beso, ni un gesto de cariño... nada que deje entrever el menor abismo de que un día fue no sé si mi mejor amiga pero si una de las personas a las que más cerca he sentido en mi vida, nada en nuestra actitud que haga sospechar hasta qué punto nos quisimos. Por eso es tan difícil de imaginar que hayamos escogido este momento para mantener nuestra primera conversación, que nuestras primeras palabras después de tanto tiempo sean delante de un Pazo justo antes de una boda.