viernes, 18 de abril de 2014

Reecuentro: Brenda

     No hemos hablado en seis años. Ni siquiera el otro día en nuestro reencuentro en el bar intercambiamos más que unas cuantas palabras de saludo y despedida. Ni un abrazo, ni un beso, ni un gesto de cariño... nada que deje entrever el menor abismo de que un día fue no sé si mi mejor amiga pero si una de las personas a las que más cerca he sentido en mi vida, nada en nuestra actitud que haga sospechar hasta qué punto nos quisimos. Por eso es tan difícil de imaginar que hayamos escogido este momento para mantener nuestra primera conversación, que nuestras primeras palabras después de tanto tiempo sean delante de un Pazo justo antes de una boda.


Seis años en blanco con Brenda y aún así no siento que se haya terminado del todo, no siento que se haya cerrado ese capítulo de mi vida, que esos puntos suspensivos sean el final. Pensé en ella muchas veces durante este tiempo, sobre todo las primeras semanas, los primeros meses... Cuando analizaba mi situación con el grupo desde la (¿falsa?) perspectiva que solo puede darte la distancia, no entendía cómo habíamos llegado hasta ese punto, cómo habíamos permitido que nuestra historia se deteriorara tanto con el paso de los años. Sentía añoranza de esos primeros meses en que hasta me hacía ilusión dejar mi casa e ir a pasar la semana a Santiago para verlas, de aquellos días en que las creía tan cerca que las sentía como mías. Pero cuando pensaba en ella más que nostalgia sentía rabia. Porque nuestra relación era distinta y sabía que con las demás sí que llegado el momento yo misma me rendí, dejé de intentar solucionar las cosas porque también es cierto que habían dejado de dolerme como antes, sin embargo con ella lo intenté hasta el final. Destripamos cada problema que teníamos hasta el más mínimo detalle, le dediqué todo el tiempo que pude a intentar entenderla. A veces era como un libro abierto, hasta el punto de que yo era capaz de expresar con palabras lo que ella pensaba y no era capaz de decir, y a veces creía no conocerla en absoluto, detrás de esas barreras que la protegían del mundo exterior. Pero pese a ser opuestas había conseguido que me abriera con ella, que durante una época hablara de lo que fuera sin ningún temor a ser sincera. Por esa relación especial no la di por perdida ni cuando me fui y por eso en la nota que le dejé para despedirme dejé también una puerta abierta, la oportunidad en sus manos de que me avisara si quería cambiar de vida o al menos mantenerme en ella.

Quizás por eso me dolió tanto su indiferencia, su frialdad de no dar señales nunca ni preocuparse siquiera cuando estuve en el hospital. Es posible que no se enterase, no lo sé, pero fue solo uno de los muchos momentos en que la he echado de menos en mi vida, en que he mirado a mi alrededor y he creído que debería estar ahí, aunque fuese como amiga. Porque así pensaba en ella: como amiga. Jamás me permití plantearme nada más allá, ni si quiera después de aquella noche, nunca tuve ocasión tampoco porque aquellas únicas horas juntas fueron como una especie de espejismo antes de estrellarme contra un túnel. Desde entonces nuestra historia se ha fundido en negro.

Lo peor es que casi nada de lo que pasó ese último año de universidad me pilló por sorpresa. Así como el distanciamiento con las niñas lo vi venir desde mucho tiempo antes, de forma paulatina y gradual, la situación con Brenda tampoco me cogió desprevenida. No me esperaba esa última noche, ni la habría imaginado en un millón de años, pero sí conocía en cierta parte su egoísmo y sus inseguridades y sabía que era capaz de anteponer sus sentimientos y su orgullo a todo lo demás, aunque eso supusiese perder una amistad como la nuestra. Que yo la dejase en la cama sin despedirme después de nuestra primera vez era un golpe en su autoestima del que fui consciente pero que no pude evitar, no podía cambiar todo mi plan asentado desde hacía meses por esa única noche... y supuse que con el tiempo lo entendería. Y puede que lo hiciese. Pero aún así antepuso su enfado a toda nuestra relación anterior, quizás porque cuando se obcecaba en algo era muy difícil conseguir que ampliara su perspectiva y cambiara de opinión. Tal vez no se dio cuenta de que cuanto más tiempo pasara más iba a costarle hacer esa llamada o enviar esa carta, que si pasados unos meses se le antojaba un poco fuera de lugar (sabiendo que con las demás sí había tenido comunicación nada más marcharme), al cabo de un año le parecería completamente desubicada  y hasta le daría vergüenza. Dejó que el tiempo pasara y éste la pilló tan desprevenida que nunca llegó a ponerse en contacto conmigo, nunca era el momento o no sabría explicar por qué había elegido ese día, ese mes, después de tantos. Por eso comprendí al cabo de un tiempo, ya más asentada en mi nueva ciudad, que probablemente no llamaría nunca; bien porque no quería o bien porque se excusaría así misma con las razones que acabo de explicar. Y entonces dejé de esperarla. Me levanté de aquel "nuevo" sofá que se caía a cachos, me sumergí de lleno en el trabajo que acababa de conseguir (asistente de comunicación de una organización pro derechos LGTB), quedé con alguna de las chicas que había conocido y empecé de nuevo.

Si del mismo modo que con las demás, nuestra amistad se había transformado en oscuridad, San Francisco fue la luz que necesitaba. Cambié de aires, de ambiente, me empapé de alegría y de nuevas y excitantes experiencias. Además de poner un océano de por medio intenté crear otro en mi mente y alejarme todo lo posible del frío y la lluvia de Galicia, a los que tan poco he echado de menos. Y la distancia se interpuso definitivamente entre nosotras, la misma que aún era palpable ahora pese a estar a solas frente a frente a la espera de que la boda comenzara.

- ¿Qué tal estás?
- Bien.
- Me alegro, de verdad. Tú dirás de qué querías hablar...

Brenda levantó entonces sus ojos claros del suelo y los clavó en mí, buscando las palabras que había tenido seis años para preparar. Y sólo con ese gesto ya me parecía diferente, no rehuía la situación con la mirada, la encaraba de frente sin esconderse, algo que probablemente no habría hecho la Brenda que yo conocía.

- Creo que no debiste marcharte así, sin despedirte, al menos de mí.

Y no puedo evitar que se me escape una sonrisa al pensar que en el fondo no ha cambiado tanto. Un qué tal estás o qué es de tu vida quizás habría sido la forma más correcta de acercarte a alguien con quien no has cruzado una palabra en seis años; Brenda sin embargo se centró en algo que tenía más que ver consigo misma o con nuestra relación en el pasado que con mi yo actual.

- Me parece que de todo lo que podrías haberme dicho esto es lo menos indicado. Y en todo caso tuviste seis años para reprochármelo.
- ¿No lo entiendes? Yo no tenía derecho a echarte nada en cara. Y lo sabía. ¿Qué iba a decirte cuando me preguntaras por qué me había acostado contigo?
- La verdad.
- ¡Ni yo sabía la verdad, Águeda! ¡Joder, yo no quise acostarme contigo!

¡BUM! Noté en ese instante como mi corazón se detenía. Dijo esa frase justo mientras yo me encendía un cigarrillo. Y al ver la luz del mechero me di cuenta de que realmente en esa fiesta del último año de universidad ni había dejado el tabaco ni las había dejado realmente a ellas. Hasta hoy. El túnel se había acabado y el fundido en negro había dado lugar a las imágenes delante de mí. Con esa frase Brenda había quebrado algo que ya no existía, se había borrado el leve recuerdo que pudiera quedar de lo que en su día sentí por ella. Y se dio cuenta, pero por una vez no le di tiempo a rectificar o corregirse. Lo dicho, dicho estaba. Porque al fin y al cabo esta ya era nuestra segunda oportunidad, no le iba a conceder una tercera.

- Nadie te obligó a hacerlo. Es más, creo recordar que fuiste tú la que lo inició todo. Yo nunca intenté nada contigo.
- Por eso no sabía que decirte. Yo no era lesbiana. ¡Yo no soy lesbiana! ¿Con qué cara iba a hablarte si yo fui la primera que criticaba a las chicas que se acostaban contigo y al día siguiente te insistían en que eran hetero?
- La diferencia es que tú eras mi amiga. Y probablemente me lo habría tomado como lo que fue: sexo entre dos personas que se quieren aunque no de esa manera. Pero no me diste opción de reaccionar; no llamaste ni como amiga ni como la persona que se acaba de acostar conmigo.
- ¿Por qué me dejaste esa nota? "si te cansas de jugar avísame..."
- Porque eras TAN complicada que parecía que cada pequeña cosa formaba parte de un juego que también nos involucraba a nosotras. Tenía que adivinar lo que pensabas, lo que querías, por qué hacías cada cosa.
- ¿Si tan bien sabía jugar por qué no conseguí que te quedaras...?
- Porque acostarte conmigo fue demasiado... Significó el darme cuenta de hasta qué punto a veces te había dicho que sí a todo lo que querías, aunque yo quisiera lo contrario. Yo sí quise acostarme contigo, sino no lo habría hecho, pero me asustó el poder que tenías sobre mí. Me asustó la importancia que te daba en ese momento de mi vida. ¿Te das cuenta de que la última semana que pasé en España la pasé contigo? No me fui a casa, apenas vi a mis amigos, pero todas las noches dedicaba unas cuantas horas a hablar contigo hasta que nos quedábamos dormidas. ¡Tú que jamás dormías con nadie! No era normal, ni para ti ni para mí. Pero me dejé llevar, porque al mismo tiempo tenía miedo de perderte. Es la única forma que he encontrado de explicar lo que pasó esa noche. A partir de ahí me alejé por completo… y te esperé.
- Y yo nunca volví a dar señales - dijo con cierta tristeza en la voz.
- Exacto. ¿Por qué?
- Sentía que no te importaba lo suficiente. Si lo hubiera hecho te habrías quedado, al menos para aclarar las cosas.
- Y tú Brenda, ¿te habrías quedado? ¿Habrías perdido un avión reservado hace meses por mí? Lo dudo mucho teniendo en cuenta que no fuiste capaz ni de hacer una simple llamada o contestar a un puto wassap. ¡En seis años! Así que no pretendas que me crea que tú habrías cambiado tus planes por mí.

Se quedó en silencio, con la mirada perdida hacia ninguna parte. Los ojos le brillaban bajo la luz del sol y parecía a punto de llorar. No me di cuenta hasta ese momento de sus cambios físicos: llevaba el pelo más corto, con mechas claras, se apretaba las manos de forma nerviosa y parecía un poco más delgada. Me fijé en que no llevaba anillo y para mi sorpresa tenía puesto un vestido bastante elegante; los años le habían sentado realmente bien. Aunque yo no podía evitar seguir viendo a la versión de Brenda que conocí tanto tiempo atrás. ¿Tendría novio? ¿Qué habría sido de su vida? De todo sobre lo que podríamos haber hablado, aquella noche parecía ser el centro de nuestras vidas por un motivo que escapaba a mi comprensión. No era, además, el momento más adecuado para tener esta conversación.  Pero antes de darla por zanjada había algo que necesitaba añadir, algo que no había explicado hasta ahora.

- No sé si te acordarás, pero unos meses antes de deciros que me iba tuvimos una gran discusión, una de tantas.
- ¿Qué discusión?
- Una por wassap después de tu cumpleaños - por el brillo en sus ojos intuí que sabía de qué le hablaba - Te sugerí que a lo mejor nos venía bien alejarnos, que no teníamos una relación sana para ninguna de las dos y que quizás debía tratarte de forma superficial y apartarme de tu vida para evitar problemas. No tardaste nada en contestarme que igual era lo mejor. Ni si quiera dudaste. O te daba igual o me creías tan segura que no tenías miedo de perderme... Pero tu reacción no fue oponerte, no fue luchar porque eso no pasara. No te importó. Ese día me di cuenta de que no significábamos lo mismo la una para la otra. Y ese día decidí marcharme. La última semana fue… una especie de espejismo dentro de esa realidad, pero había tomado una decisión y de alguna forma te estaba poniendo a prueba. Me quedó muy claro lo que había cuando no volví a saber nada de ti.

Apagué lo poco que quedaba del cigarrillo, consumido hasta el filtro. No le dije que la conversación de este instante reafirmaba todo lo que había creído estos seis años, que en el fondo yo la conocía como poca gente llegaría a conocerla nunca. Que era una buena persona, honesta, humilde, divertida, especial, probablemente falta de mala intención, pero que en ocasiones no comprendía ni ella misma o no quería comprender las razones por las que había tomado ciertas decisiones importantes en su vida. Sin mirarla entré al lugar donde se iba a celebrar la ceremonia.  Una de mis amigas iba a casarse y no quería que esta conversación empañara el recuerdo. El día acababa de empezar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario