miércoles, 27 de febrero de 2013

Querido Alan:



 Cuando conoces a alguien que te comprende sin quererlo, que está pasando por lo mismo que tú en el mismo preciso momento, puedes considerarte afortunado; cuando le conoces en el instituto y, por tanto, en una etapa temprana de tu vida, puedes considerarte extremadamente afortunado.

 Tan solo un par de días nos distancian en el calendario, uno más si el año es bisiesto, y tan solo unos metros de una pequeña ciudad. De hecho jugábamos en los mismos sitios cuando éramos pequeños. Sin embargo no conocí a Alan hasta que ambos teníamos 16 años. Pero, como he dicho, puedo considerarme tremendamente afortunada porque aún teníamos por delante muchos años, etapas, procesos, alegrías y tristezas por compartir.

 Costaba pensar entonces que cinco años después seguiríamos tan presentes el uno en la vida del otro y sin embargo aquí estamos.

 Sin Alan, Sophie no habría tenido con quien compartir una etapa en la que todo parecía distinto a como ella lo veía y probablemente lo era, pero en la que se necesitaba el calor de alguien para abrazar esa diferencia, esa diversidad. Si en la universidad ser diferente podía abrirte muchas puertas, en el instituto te las cerraba (cuando no te encerrabas tú mismo) y Alan supo darle la fuerza para saltar cualquier posible barrera que surgiera, y no cerrarse nunca a cualquier posibilidad que el mundo pudiera ofrecerle. Por todo ello, mil gracias.

Probablemente hay muchas cosas que ambos cambiaríamos, que haríamos de forma distinta si tuviéramos la ocasión. Pero es el hecho de querer cambiarlas lo que hace que sean importantes, el estar dispuestos a hacer un esfuerzo porque las cosas vayan siempre a mejor.

 Todos tenemos fantasmas, “dragones” contra los que luchar, capaces de cegarnos y llevarse lo mejor de nosotros. Pero de haber sabido todo lo que hoy sé, habría intentado estar siempre contigo, de una u otra forma. Me habría olvidado de las diferencias que han podido alejarnos con el paso de los años y habría estado siempre ahí. Lo siento, de verdad, si no lo he estado.Como le escribí una vez a alguien muy muy importante:
“Te pido perdón si alguna vez no supe escuchar lo que decías en silencios. Te pido perdón si también yo usé demasiado esos silencios. Haremos borrón y cuenta nueva, sin emborronar lo bueno”

 Y espero que sepas que si es necesario yo mataré monstruos por ti. Sin importar los recuerdos que esos monstruos puedan evocar de mi pasado o el miedo que pueda tenerles. Porque en el fondo no he dejado de luchar contigo desde que cantamos esa canción de madrugada en frente del Valle en nuestro 19º cumpleaños… o puede que desde mucho antes, desde que entré tarde en esa primera clase que compartimos y el móvil me sonó en plena explicación.

 Y sé que por muchos años que pasen, cuando piense en la lista de los “grandes éxitos” de mi vida y pequeños flashes vengan a mi mente, uno de ellos será seguro el momento en mi portal en que te acercas a abrazarme y me susurras al oído: “I had the time of my life fighting dragons with you”  Espero que este año de los 21 esté plagado de momentos tan mágicos y nuestros como ese y que cuando pase el tiempo y tú también pienses en tu vida, yo aparezca en alguno de esos recuerdos provocándote una sonrisa.

 Gracias por ser de esas pocas personas con las que comparto momentos y conversaciones que me inspiran a escribir. Gracias por ser durante mucho tiempo el primero en ver lo que escribía. Gracias por mantenerte ahí, de una forma u otra, pese a encontrarte en el medio de una situación que no habías buscado. Gracias por perderte conmigo en Santiago, literalmente, y por ayudarme a encontrar nuestro sitio. Y que sepas que como me dijiste en su día:  
“Yo te seguiré queriendo aunque cambien las farolas”

Love you, Darling. Disfruta de un gran año. 

martes, 12 de febrero de 2013

El mejor "nunca" posible


Recorro con la mirada las calles de una ciudad de piedra, abarrotada de estudiantes que empiezan o terminan su vida universitaria. Y me siento mayor… hace años que la mía terminó y que comencé a trabajar o a engrosar las listas del paro, depende del momento y de a quién le preguntes. Pero hace tiempo, en definitiva, que me fui de allí.

Me enamoré poco a poco de Santiago como me enamoré poco a poco de ella. Entre mañanas rutinarias y noches de fiesta, entre confesiones a medias en las que decidir qué decir y qué callar. En un momento en el que asentaba mi forma de ser cuantas más personas conocía.

Con el paso del tiempo fui descubriendo más rincones, más historias de Santiago y de ella de las que se aprecian y conocen a simple vista. Hasta el punto de que llegaron a gustarme, especialmente ella, más por sus sombras que por sus luces. Y cuanto más conocía y más compatibles me parecían, más difícil era ignorarlo. Hubo días en que los odié, con la misma falsedad con que odia el tabaco un fumador, sabiendo que el fondo le ha dado grandes momentos aunque pueda llegar a destruirlo, sabiendo que si quisiera podría intentar dejarlo y que si no lo hace es porque lo necesita más de lo que es capaz de reconocer. Otros días compraba el primer billete de vuelta, le confesaba mi amor entre mensajes cifrados que en el fondo no sé si alguna vez quise que descifrara.

Como ya había vivido antes esta historia, distinta trama y protagonista pero el mismo final insatisfactorio, decidí cambiar un factor clave: no decírselo nunca, por mucho daño que eso me hiciera  a veces.  Parece una tontería pero no es nada fácil hablar sin hablar, sobre todo cuando condiciona hasta lo que puedes escribir. No es nada fácil obviar algo que te hace tan feliz.  Y aunque la historia sí era parecida a otras anteriores, ninguna había sido tan confusa e intensa como ésta.

Me di de máximo límite esos cuatro años, ya que por problemas espacio temporales y por obligaciones era difícil decirle adiós teniéndola tan cerca. Pero no me engañaba, sabía que también me había dado tanto margen porque necesitaba acumular recuerdos, vivir al máximo todo el tiempo posible. Mi corazón necesitaba ser egoísta hasta que se impusiera mi cabeza definitivamente.

Cuando me fui a hacer el máster y ella iniciaba sus prácticas fue cuando dejé que la distancia física se extendiera en mi interior. De alguna forma la dejé atrás cuando hice las maletas. Dejé de llamarla de madrugada, de escribirle cuando estaba triste, de sentirme culpable cuando me acostaba con otras mujeres. Dejé, incluso, de insistir en verla cuando iba a su ciudad. Nunca dejó de estar ahí del todo, pero empecé a centrarme en chicas que pudieran quererme más allá de esa forma maravillosa que tenía ella de quererme pero que nunca sería lo que yo necesitaba. Empecé a vivir a pesar de esa extraña sensación que supone el haber encontrado una parte de ti en otra persona, otra persona que nunca te verá de igual forma. Si alguna vez notó algo, de mis sentimientos o mi posterior distanciamiento, nunca lo dijo a pesar de las muchas veces en que yo lo dejé entrever.

Parece que han pasado mil años… que aquellas eran otras chicas y no nosotras. Pero ahora que he vuelto a aquí la siento más que nunca, no como entonces sino como un recuerdo que me hace sonreír y me hace sentir especial. No tiene el mismo papel en mi vida del que tenía en la universidad, cuando creía haber encontrado a esa alma gemela con la que nunca compartiría mis días, pero no ha dejado de estar presente:La vi en algunas fiestas tras la universidad y hablamos con cierta frecuencia por teléfono.  Las primeras veces ejerció esa sensación de vértigo que me provocaba siempre, de inestabilidad agradable y de que cualquier cosa era posible. Subidas y bajadas, tan propias de ella como de mi estómago al pensarla. Pero supe encauzar esa intensidad hacia proyectos más allá de nuestra relación, supe utilizarlo para escribir y luchar por lo que siempre había querido hacer. Y solo puedo estarle agradecida. Por el tiempo que pasé queriéndola y por el que pasé intentando no hacerlo… por todo.

Con el paso de los meses, de los años, el sentimiento fue disminuyendo y conseguí llegar a verla casi como una amiga más. Le presenté a las novias que se sucedieron en mi vida a lo largo de los años, vino a verme cuando nació mi primer hijo. Y asistí a su boda con su novio de toda la vida sin sentir celos, sin querer ser el que esperaba en el altar, porque entonces yo ya había encontrado a mi persona y había comprendido que ella era ese nunca que me ayudó a conseguir mi y que los buenos momentos, aunque entonces no siempre lo parecía, compensaron con creces a los malos, aunque solo fuera por esa sensación tan escasa y tan necesaria de sentirse comprendida, de sentir que mi sonrisa no desentonaba tanto con el mundo, al menos no con nuestro mundo.
“Oniria encuentra a Insomnia, los dos conectan bien. Quizás en otra vida fueron un mismo ser”