Cuando conoces a alguien que
te comprende sin quererlo, que está pasando por lo mismo que tú en el mismo
preciso momento, puedes considerarte afortunado; cuando le conoces en el
instituto y, por tanto, en una etapa temprana de tu vida, puedes considerarte
extremadamente afortunado.
Tan solo un par de días nos
distancian en el calendario, uno más si el año es bisiesto, y tan solo unos
metros de una pequeña ciudad. De hecho jugábamos en los mismos sitios cuando
éramos pequeños. Sin embargo no conocí a Alan hasta que ambos teníamos 16 años.
Pero, como he dicho, puedo considerarme tremendamente afortunada porque aún
teníamos por delante muchos años, etapas, procesos, alegrías y tristezas por
compartir.
Costaba pensar entonces que
cinco años después seguiríamos tan presentes el uno en la vida del otro y sin
embargo aquí estamos.
Sin Alan, Sophie no habría
tenido con quien compartir una etapa en la que todo parecía distinto a como
ella lo veía y probablemente lo era, pero en la que se necesitaba el calor de
alguien para abrazar esa diferencia, esa diversidad. Si en la universidad ser
diferente podía abrirte muchas puertas, en el instituto te las cerraba (cuando
no te encerrabas tú mismo) y Alan supo darle la fuerza para saltar cualquier
posible barrera que surgiera, y no cerrarse nunca a cualquier posibilidad que
el mundo pudiera ofrecerle. Por todo ello, mil gracias.
Probablemente hay muchas
cosas que ambos cambiaríamos, que haríamos de forma distinta si tuviéramos la
ocasión. Pero es el hecho de querer cambiarlas lo que hace que sean
importantes, el estar dispuestos a hacer un esfuerzo porque las cosas vayan siempre
a mejor.
Todos tenemos fantasmas, “dragones”
contra los que luchar, capaces de cegarnos y llevarse lo mejor de nosotros.
Pero de haber sabido todo lo que hoy sé, habría intentado estar siempre contigo,
de una u otra forma. Me habría olvidado de las diferencias que han podido
alejarnos con el paso de los años y habría estado siempre ahí. Lo siento, de
verdad, si no lo he estado.Como le escribí una vez a
alguien muy muy importante:
“Te pido perdón si alguna
vez no supe escuchar lo que decías en silencios. Te pido perdón si también yo
usé demasiado esos silencios. Haremos borrón y cuenta nueva, sin emborronar lo
bueno”
Y espero que sepas que si es
necesario yo mataré monstruos por ti. Sin
importar los recuerdos que esos monstruos puedan evocar de mi pasado o el miedo
que pueda tenerles. Porque en el fondo no he dejado de luchar contigo desde que
cantamos esa canción de madrugada en frente del Valle en nuestro 19º cumpleaños…
o puede que desde mucho antes, desde que entré tarde en esa primera clase que
compartimos y el móvil me sonó en plena explicación.
Y sé que por muchos años que
pasen, cuando piense en la lista de los “grandes éxitos” de mi vida y pequeños
flashes vengan a mi mente, uno de ellos será seguro el momento en mi portal en
que te acercas a abrazarme y me susurras al oído: “I had the time of my life
fighting dragons with you” Espero que
este año de los 21 esté plagado de momentos tan mágicos y nuestros como ese y
que cuando pase el tiempo y tú también pienses en tu vida, yo aparezca en
alguno de esos recuerdos provocándote una sonrisa.
Gracias por ser de esas
pocas personas con las que comparto momentos y conversaciones que me inspiran a
escribir. Gracias por ser durante mucho tiempo el primero en ver lo que
escribía. Gracias por mantenerte ahí, de una forma u otra, pese a encontrarte
en el medio de una situación que no habías buscado. Gracias por perderte
conmigo en Santiago, literalmente, y por ayudarme a encontrar nuestro sitio. Y
que sepas que como me dijiste en su día:
“Yo te seguiré queriendo aunque cambien las
farolas”
Love you, Darling. Disfruta de
un gran año.