lunes, 3 de marzo de 2014

Dana

Cuando conocí a Dana los ojos le brillaban como si hubiera fumado maría toda la noche. Fue hace tanto tiempo que no recuerdo el año o el mes exactos, pero sí el detalle de los ojos. Era dulce, cariñosa y sensible. Y guapa, tremendamente guapa. Pero lo que más me impactó fueron sus ganas de fiesta constantes. Aunque quizás la palabra exacta no sea fiesta sino aventuras. Dana estaba tan cargada de vitalidad que apenas podía contenerla y se apuntaba a todo plan, viaje o sugerencia que surgiera a lo largo de los días. Poco a poco, tras varios meses a su lado, comencé a comprender que esa era su forma de escapar de sí misma. El cuerpo presente de Dana estaba tan distanciado de su mente, a tantos años luz de distancia de ese espacio abstracto donde convergen las ilusiones, las decepciones, los recuerdos, los sueños cumplidos y los frustrados, los sentimientos nunca expresados, que temí no conocer nunca ese aspecto suyo, que ambos planos no coincidieran jamás en la misma dimensión.