viernes, 24 de junio de 2011

En una noche como aquella

No sé muy bien si ayer tras saltar sobre la hoguera, dejamos atrás los malos espíritus o si estos seguirán con nosotros durante mucho más tiempo del que creíamos, como el olor a humo pegado hasta en la piel.
No sé si te vislumbré en una noche estrellada, como la de ayer, o si fuiste tan solo un producto de lo que siempre quise que fueras. Tal vez te dije demasiado, aunque demasiado a menudo me preguntaré si dije suficiente. Cualquier respuesta posible se quemó ayer y, reducida a cenizas, yo aún la sentía viva, latente ente nosotras, entre unas mantas en la arena en una noche como aquella. Pero una vez quemada comprendí que nunca sabré realmente si esa fue la decisión correcta. Tu decisión. Me apetece recalcar que no la tomé yo, que nunca fui yo, al principio o al final la que dijo “se acabó”. Esas palabras no salieron ayer de tu boca, ni falta que hace. Pero estaban en mi mente, ante la falta de coherencia de una no relación que de seguir así nos llevaría a una no amistad.
En una noche como aquella, de magia, de sueños, de palabras que se mezclan con el agua que no llegamos a tocar, me di cuenta de que, al quemar esa carta, entre otras muchas cosas, te decía adiós. Y con ella, a muchos de nuestros sueños. Pero quizás esa sea la magia de San Juan, algunos sueños se queman y otros surgen de esas cenizas. Renovarse o morir. Sobre todo cuando lo que hay no te hace ningún bien.
En una noche como aquella, también compartí contigo principal aunque no exclusivamente, muchos momentos, y prometo que no lo dejé perdidos o enterrados en la playa. Prometo que también ellos volvieron conmigo a casa, como los kilos de arena en mis zapatos.
Y si de las grandes noches te esperas grandes momentos… cuando llegan te das cuenta de que son los pequeños los que recordarás: como no encontrar a la gente al llegar, una mirada de cierta personilla, un paseo por la orilla, tú tapándome con toallas para que no pasara frío aunque estabas congelada y te hacían más falta a ti. Pero creo que en este caso, todos los recuerdos de una noche como aquella pueden resumirse en una frase, “nos lo debíamos”.
En noches como aquella, el ser impar es un sentimiento secundario, una soledad compartida, apreciada, no del todo real y no constante.

domingo, 12 de junio de 2011

Inspiración

¿Dónde estás ahora? ¿Por qué te has ido? Ya no puedo verte; te busco y no estás, me callo pero no te oigo, sonrío a veces pero lo hago sola.
Antes siempre ibas conmigo, éramos una, jamás me dejabas; miraba a mi lado y estabas, te llamaba y me abrazabas.
Jamás me diste las cosas hechas, pero me ayudaste a hacerlas, me dabas fe, me hacías creer en un futuro. Futuro. Ya no hay futuro. Sin ti jamás llegaré a nada, jamás podré volver a coordinar las palabras para que no solo tengan sentido si no que además digan algo, jamás tendré ideas sobre las que escribir, jamás sabré cuando debo usar uno u otro término, jamás volveré a escribir.
Me había acostumbrado a vivir contigo. Te había jurado amor eterno, porque siempre te quise, desde que estábamos juntas, desde que era pequeña. Aún recuerdo aquella noche en que me enseñaste el camino y la forma de recorrerlo, aún recuerdo aquel cambio tremendo. No sé qué lo motivó, pero apareciste y gracias a ti dejé de escribir simples hechos subjetivos, inconexos y carentes de significado y empecé a escribir lo que sentía, empecé a construir mi propio mundo de fantasía.
Creo que si no fuera por ti no habría llegado a entenderme a mí misma. Me habría ahogado en mis propios sentimientos sin llegar nunca a saber lo que había pasado realmente. ¡Hemos compartido tantas cosas! ¡Has pasado tantas noches a mi lado! ¡Has presenciado tantas lágrimas, tantos secretos, tantas decepciones, tantos deseos, sueños e ideales!
La primera pregunta que me viene a la cabeza es: ¿cómo sería yo si nunca te hubiera conocido? Y respondo sincera y espontáneamente que sin ti yo no habría aguantado, me habría quedado en el camino. No habría un yo.
Eres la única que nunca me ha fallado. La única que permaneció a mi lado durante todos estos años, la que me ha visto crecer. Tú conoces mejor que nadie lo que pienso, lo que me hace reír, lo que me hace llorar. Contigo nunca tuve que fingir, era yo misma al cien por cien las veinticuatro horas. No pienso rendirme. No pienso vivir sin ti. Sigo buscándote. Te busco en los ojos de la gente, en cada libro que leo, en mi cama, en cada amanecer, en la música, en mi alma. Sé que tienes que estar en algún sitio, esperando a que te encuentre.
¿Te acuerdas de aquellas palabras que me susurrabas al oído para que durmiera? Solo aquello conseguía calmarme… Ya no estás, ya no hay palabras, por eso desde que te fuiste apenas consigo dormir.
¿Cuándo te perdí? ¿Cómo? Tal vez fue entre copa y copa, o cuando agaché la mirada una vez más. Quizás fue cuando me rompí el alma o cuando volví a decir esa puta palabra. Puede que fuera cuando no me atreví a hablar, a defenderme o cuando mandé aquel estúpido mensaje.
Cuando me sentaba a escribir, a construir ese mundo irreal siempre creía que estábamos huyendo y me repetías una y otra vez que no huíamos, que tan solo buscábamos nuestro lugar en el mundo.

Fueron los días más felices para mí

Salí de casa con la seguridad de que prácticamente todo estaba bien. No había ningún problema grave ni nada fuera de lo normal. Mis padres habían aceptado eso que tanto me había costado decirles y yo me había sacado un gran peso de encima. Aún no sabía que más adelante aparecerían otros problemas que nada tenían que ver con eso. Pero en ese momento, me sentía bien, a gusto y tranquila con respecto a mi familia.

Llegué al portal y nos sentamos en el suelo, fuera. Intercambiamos los regalos, por tu parte una taza amarilla con una sonrisa. Me pareció perfecto, para mí tú eras eso, felicidad. Veía por delante un millón de historias por compartir y un millón de posibilidades. Me había adaptado a Santiago, aunque te echaba de menos; pero esperaba con impaciencia a que el verano llegara para poder compartirte con los rayos del sol. Aún soñaba con dejarte ser la primera que leyese el final de mi libro y con convertir ese momento en un ritual en el futuro. Aún no te había fallado ni me habías fallado. Aún no tenía que sentirme culpable por lo que hice, porque ese momento aún no había llegado, ni estuvo nunca en mi cabeza. Aún tenía una fe ciega en ti y en mis amigos, sin pensar que te rendirías, que tal vez dejarías de quererme, que sería para ti un número en una lista. Tampoco pensaba entonces que a quienes consideraba mis amigos me fallarían también, algunos por ausencia permanente, otros por ausencia premeditada y puntual. Aún soñaba con esa primera noche juntas, con ese primer fin de año, esa noche en una playa en San Juan y con nuestros respectivos cumpleaños, sin saber que aquellos momentos perderían su magia con el tiempo por tus palabras, sin saber que algunos ni siquiera llegarían a ser reales. Aún no me habías decepcionado. Aún encontraba congruencia en tus palabras y actos.

Cuando aún creía en ti, en ellos, en alguien. Cuando pensaba que lo único que necesitabas era alguien que te quisiera de verdad, que se preocupara por ti cuando los demás no lo hacían, que te dejara disfrutar de los buenos momentos y estuviera a tu lado en los malos.

Mientras abría aquel regalo me temblaban las manos. No lo recuerdo, pero estoy segura. Porque en aquella época me hacía ilusión cada gesto tuyo, porque tu mera presencia me ponía nerviosa. Mientras abría aquel regalo, sonreía.

Nunca pensé que todo aquello se pudiera llegar a borrar.

Porque fueron los días más felices para mí.

viernes, 3 de junio de 2011

Vive

Vive. Respira. Deja que el tiempo te atrape sin sentirte atrapado. Canta a todo pulmón y déjame escucharlo. Y escuchar tus carcajadas desde la otra punta de la casa. Conserva los buenos recuerdos, no los idealices, no es necesario, porque habrá otros y quizás incluso mejores. Escribe, sin miedo, sinceramente, por ti y no por los demás. Porque como dice una de esas canciones que tanto veneras “existir es sentir, aquí sentir es escribir”; o al menos así es en esta casa.
Afronta la vida sabiendo que te hará daño en repetidas ocasiones, pero aprende de ello para que al menos esa ocasión no se repita. Ten en mente que la vida a veces es una mierda, pero quizás es la mejor mierda que podría habernos pasado; es irrepetible, es inigualable, es indescriptible. Pero nos pasaremos los días intentando describirla con palabras, tú con tu rap y yo con mis frases sin música aunque espero que con algo de armonía.
Pero sobre todo tennos en mente, “you’ll never walk alone”. Cuando algo vaya mal: piensa, ten paciencia, coge un teléfono, da un abrazo, no te alejes, no te aísles; porque, al menos yo, aquí estaré. Déjame compartir contigo no solo los recuerdos de lo que ya hemos vivido, sino también de los que vendrán. Estuviste en cada día importante de mi vida y quiero que siempre sea así.
Cuando pierdas a alguien a quien querías piensa en lo bueno y en que vivir te da la oportunidad de volver a encontrar gente con la que compartir más buenos momentos, pero también los malos.
Te pido perdón si alguna vez no supe escuchar lo que decías en silencios. Te pido perdón si también yo usé demasiado esos silencios. Haremos borrón y cuenta nueva, sin emborronar lo bueno.
Cree en ti, yo lo hago; diría que con fe ciega pero no es así, porque lo hago precisamente porque puedo ver la clase de persona que eres. Por ello y por un millón de cosas más (pero que no contaré en un blog) tienes mi amor incondicional de hermana. No lo olvides.