domingo, 12 de junio de 2011

Fueron los días más felices para mí

Salí de casa con la seguridad de que prácticamente todo estaba bien. No había ningún problema grave ni nada fuera de lo normal. Mis padres habían aceptado eso que tanto me había costado decirles y yo me había sacado un gran peso de encima. Aún no sabía que más adelante aparecerían otros problemas que nada tenían que ver con eso. Pero en ese momento, me sentía bien, a gusto y tranquila con respecto a mi familia.

Llegué al portal y nos sentamos en el suelo, fuera. Intercambiamos los regalos, por tu parte una taza amarilla con una sonrisa. Me pareció perfecto, para mí tú eras eso, felicidad. Veía por delante un millón de historias por compartir y un millón de posibilidades. Me había adaptado a Santiago, aunque te echaba de menos; pero esperaba con impaciencia a que el verano llegara para poder compartirte con los rayos del sol. Aún soñaba con dejarte ser la primera que leyese el final de mi libro y con convertir ese momento en un ritual en el futuro. Aún no te había fallado ni me habías fallado. Aún no tenía que sentirme culpable por lo que hice, porque ese momento aún no había llegado, ni estuvo nunca en mi cabeza. Aún tenía una fe ciega en ti y en mis amigos, sin pensar que te rendirías, que tal vez dejarías de quererme, que sería para ti un número en una lista. Tampoco pensaba entonces que a quienes consideraba mis amigos me fallarían también, algunos por ausencia permanente, otros por ausencia premeditada y puntual. Aún soñaba con esa primera noche juntas, con ese primer fin de año, esa noche en una playa en San Juan y con nuestros respectivos cumpleaños, sin saber que aquellos momentos perderían su magia con el tiempo por tus palabras, sin saber que algunos ni siquiera llegarían a ser reales. Aún no me habías decepcionado. Aún encontraba congruencia en tus palabras y actos.

Cuando aún creía en ti, en ellos, en alguien. Cuando pensaba que lo único que necesitabas era alguien que te quisiera de verdad, que se preocupara por ti cuando los demás no lo hacían, que te dejara disfrutar de los buenos momentos y estuviera a tu lado en los malos.

Mientras abría aquel regalo me temblaban las manos. No lo recuerdo, pero estoy segura. Porque en aquella época me hacía ilusión cada gesto tuyo, porque tu mera presencia me ponía nerviosa. Mientras abría aquel regalo, sonreía.

Nunca pensé que todo aquello se pudiera llegar a borrar.

Porque fueron los días más felices para mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario