martes, 14 de agosto de 2012

Montaña rusa


Si la vida fuera una montaña rusa te pagaría la entrada para que fueras mi compañera de travesía. Tu función principal sería la de compartir en las alturas esos instantes mágicamente felices, esos momentos tiernos que dibujan sonrisas sinceras. Serías la luz que me ayude a distinguir lo que realmente quiero. Porque creo que el fondo buscamos lo mismo, de distinto modo o en distintos lugares y personas pero sigue siendo lo mismo, esa esencia extraña que tanto parece desentonar con el mundo.
Una buena compañera de viaje entiende que en cualquier momento la montaña rusa puede descender bruscamente hacia lo más bajo, pero que la intensidad y la adrenalina del momento justo previo a la caída hacen que valga la pena. Aunque solo sea por el privilegio que tenemos de alcanzar a vislumbrar vistas con las que otros sólo sueñan. Precisamente por eso elegimos esta atracción y no cualquier otra. Y por lo imprevisible que puede llegar a ser el rumbo que toman nuestras conversaciones.
En lo más bajo, una buena compañera de viaje sabrá frenar la caída con palabras sinceras y estará ahí hasta que los raíles nos lleven de nuevo a las alturas. Una verdadera yonki de la adrenalina es en ese momento cuando permanece más fiel a sus ideales, cuando no sabe si habrá más caídas.
La magia sorprendente que es tenerte alrededor tiñe el café con leche clara, endulza el momento sin que pierda su esencia; tal vez no lo entiendas pero haces que el aire que me golpea en la cara mientras el vagón avanza tenga un extraño sabor a viejo (“old” pero en el mejor sentido de la palabra); como algo que no se desgasta, que permanece guardado para quien sepa encontrarlo, como algo cuyo valor solo puede crecer con el tiempo hasta convertirse en ese tesoro en el que estuviste a punto de dejar de creer.
Ahora que sé que no estoy sola y que la aventura solo ha comenzado… Are you ready for another ride? Yo invito.

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