Me levanto de la cama como un resorte, como si
llegara tarde a la cita más importante de mi vida o hubiera olvidado hacer algo
imprescindible. Me levanto con un gran impulso… pero dos horas después de
despertar. Cuando he abierto los ojos y he visto ese dibujo de París he vuelto
a revivir la historia. La siento como si fuera hoy porque de alguna forma sigue
en mí.
En
mi imaginación recorro aquellas calles ya no con la calma propia de un turista que tiene
todo el tiempo del mundo, sino con la tranquilidad que da el saber que el
tiempo se ha detenido en esa ciudad. Camino con la calma de quien está a gusto
con el espacio, de quien se siente parte de la historia de la capital francesa.
Repaso con la mirada cada edificio, cada puente, la Torre Eiffel, cada puesto o
pequeño rincón que recuerdo y veo mi historia grabada en todas partes. Me
enamoré por primera vez en París y por ello siempre estaré unida a ella.
París
es la amante perfecta. Fue la primera y por ello inolvidable. Supo darte el
cariño que no habías encontrado en ninguna otra ciudad, supo guiarte hasta
alcanzar caminos nunca antes explorados en los que la meta fue hallarte a ti
misma. Te perderías mil veces por sus calles y, sin embargo, nunca has estado
tan segura de NO estar perdida. París te mostró cómo perder el miedo a volar, a
subir a lo más alto arriesgándote a caer pero sabiendo que la recompensa puede
ser rozar el cielo; borró el temor a lo desconocido. París te enseñó a soñar y
por ello nunca dejarás de estarle agradecida, en el fondo de tu corazón nunca
dejarás de serle fiel. Por muchas ciudades nuevas que llegues a conocer o
incluso amar, París tendrá siempre un hueco especial en tu mapa: será un punto
de referencia al que recurrir cuando necesites volver a sentir el calor de
aquel abrazo, cuando quieras recrearte en esa sensación que desató el amar sin
precedentes, sin carteles indicadores ni salidas de autopista.
París
es mágica, es romántica pero puede recordarte que estás solo. Es misteriosa,
tentadora, puede ser dura o cautivadoramente tierna. Nunca volverás a
encontrarla, por mucho que viajes, habrá ciudades semejantes quizás pero nunca
la misma. Lloraste y reíste con ella, fuiste más tú que nunca y fuiste
cualquier otra persona, hasta comprender con gran pesar que nunca podrás atraparla,
enamorarla; la alcanzaste un día y pudiste conocerla y amarla, pero París nunca
será tuya y debes limitarte a vivirla.
Quizás
por ello, por lo inalcanzable dentro de lo posible, por ser un sueño a medias
vislumbrado, París es la amante perfecta, porque la fugacidad de la magia te
impedirá ver sus defectos, porque el amor que sientes por ella te dejará
desarmado sin parcialidad y porque su belleza marcará el índice de todas tus
travesías futuras. Porque en París comprendiste que no querías ser impar. Y cuando el tiempo pase y tengas que decirle adiós y dejarla
atrás (por mucho que te duela), llenarás la maleta sólo de buenos recuerdos,
como en cualquier viaje pasajero y eterno, como en cualquier primer amor que
nunca llegaste a alcanzar.
Me
levanto de la cama con toda la energía del mundo porque me he dado cuenta de
que, efectivamente, me había olvidado por un instante de la cita más importante
de mi vida, esa que me une para siempre con lo que soy. Es cierto que alguna de
esas noches se me había olvidado algo imprescindible: en esa ciudad empecé una
búsqueda en la que no puedo rendirme, en la que mi objetivo es encontrar lo que
París no pudo darme y siempre he soñado. Me levanto de la cama a buscarte a ti,
estés donde estés, seas quien seas. Porque París será siempre París, aunque ella no lo sepa, pero París no eres tú.
levantarse de mañana con una de esas certezas en la cabeza es una sensación enorme. y además, es que esa es una gran certeza. La certeza de nuestros objetivos es una de las búsquedas más repetidas a lo largo de la historia humana. Solo unos pocos saben realmente lo que quieren.
ResponderEliminarY solo unos pocos logran lo que quieren, aún sabiéndolo. Toca tener paciencia y seguir soñando.
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