viernes, 23 de agosto de 2013

Reencuentro (segunda parte)

Esperé hasta que se durmió, la acaricié con la mirada durante unos minutos y finalmente me levanté a las 7am con todo el cuidado del mundo para no despertarla. Mi avión no salía hasta las dos del mediodía pero si me quedaba una hora más en esa cama temí no marcharme nunca.

Como todas las mañanas de esa semana me desenredé de su cuerpo, desnudo en esta ocasión. Me vestí, cogí la maleta y me fui. Como única despedida dejé una carta dirigida a todo el grupo y una nota para ella en la mesilla: 

"Sabes que si me necesitas volveré. Avísame si alguna vez te cansas de jugar."

    No sé si se la enseñó a las demás, si les contó o no lo que había pasado esa última noche, si me odiaban por marcharme así después de acostarnos por primera vez… Si ella me perdonó por dejarla en la cama y no despertarla.

  Ella que nunca había estado con una chica antes, que jamás había mostrado el más mínimo interés sexual o sentimental por mí. También a mí al despertarme esa mañana seis años atrás me costó no culparla en cierta forma, por esperar a la última noche para besarme, por no espabilar hasta que yo anuncié mi marcha, por no darse cuenta de que podía perderme hasta que, efectivamente, ya me había perdido. Como ya he dicho, yo no estaba enamorada de ninguna, ni tenía intención alguna de estarlo. Pero a partir de esa noche muchas preguntas y dudas se quedaron para siempre grabadas en mi mente: ¿Por qué se acostó conmigo? ¿De todas sus posibles opciones a lo largo de los años por qué fue a elegirme a mí? ¿Y por qué esa noche? ¿Por qué nunca me pidió que no me fuera? ¿Me habría quedado realmente si me lo hubiera pedido alguna? No lo sé… Pero sí creo recordar que en un momento dado, en el calor del instante, me susurró un “quédate” que traté de ignorar y que acallé con mis labios sobre los suyos. La besé, una vez más tratando de ignorar lo que un beso podía cambiar, cuánto podía cambiarnos a nosotras.

  Y ahora, mientras ella observa a mi prometida desde el otro lado de la mesa, me pregunto una vez más por qué decidió acostarse conmigo, si solo fui un juego, una forma de aclararse o de sacarse esa decisión de encima. ¿La ayudé en algo o la confundí más? ¿Habrá vuelto a estar con una chica o fui yo la única? ¿Me quiso alguna vez? Aunque solo fuera como amiga. Y si así fue, ¿por qué nunca volvió a ponerse en contacto conmigo? Es decir, a todas les molestó mi no despedida, pero al menos al principio me pidieron explicaciones (que nunca les di del todo), intentamos hablar de vez en cuando y contarnos como iban nuestras respectivas vidas. El tiempo y mi falta de voluntad por mantener tanto mis raíces nos fueron separando, pero al menos al principio todas lo intentamos. Ella no. Fue la única que no respondió a las pocas señales de vida que di ese verano, la única de la que no supe nada, la única que no contestó a mi invitación para venir a verme cuando llevaba dos años en Estados Unidos. Pero puede que tuviera sus motivos, al fin y al cabo nuestra relación esa última semana fue distinta a la que tuve con el resto. No sé hasta qué punto valió la pena o no, pero nunca me he arrepentido de aquello; me da rabia, eso sí, que nos perdiéramos la una a la otra tras amarla toda la noche, solo una noche, me da rabia haber perdido a mi amiga. Solo espero que sea feliz, que mi partida tras esa decisión tan clave en su vida no la rompiera, espero de todo corazón que haya podido perdonarme por robarle en cierta forma ese momento, espero que tampoco ella se arrepienta de haberlo compartido conmigo.

  Un montón de preguntas silenciosas flotan sobre nuestras cabezas en ese bar en el que pasamos tantas noches, como si del humo del tabaco se tratara en esa época en que aún se podía fumar en los locales. Y el humo invisible me irrita los ojos que se me llenan de lágrimas al pensar lo poco que conozco a las mujeres que ahora se encuentran delante… y ellas a mí. Una ha tenido un niño recientemente y solo lo conozco por las fotos que me acaba de enseñar, ninguna sabía que iba a casarme hasta ese momento, ni que mi madre y mi hermano se mudaron conmigo a Nueva York haría tres años, ni conocían a mis amigas o a mi novia. Y no me entendáis mal, no me arrepiento de haberme ido porque he sido y soy muy feliz gracias a esa decisión. Pero no me había dado cuenta tanto como hasta ese momento de que ellas fueron el precio a pagar, un precio quizás demasiado alto.

  Me levanto a pedirme una caña y una de ellas viene conmigo a la barra. Y sé por su forma de acabarse medio vaso antes de levantarse que no va a desaprovechar ese escaso momento de intimidad para preguntarme nada superficial y liviano.
-       
     - ¿Por qué? – Y ese por qué podría significar tantas cosas: ¿por qué has vuelto? ¿por qué te fuiste al otro lado del océano? ¿por qué dejaste de llamar? ¿por qué te acostaste con ella? ¿Por qué no nos dijiste que te casabas?... Y me alegro de que quien me lo pregunte sea ella, porque siempre me resultó fácil hablarle de ciertas cosas, me transmitía cierta ternura y madurez que me permitían mantener los pies en la tierra sin que la realidad me abrumase del todo.

Sonreí.

- ¿Por qué qué, Li? – ¿Qué por qué vas a elegir?

- ¿Por qué no te despediste?

- Por la misma razón por la que me fui.

No hay comentarios:

Publicar un comentario