¿Sabes
esa sensación cuando apagas un cigarro y te das cuenta de que te lo has fumado
tan rápido que no te ha sabido a nada, que no te ha saciado? A veces eso pasa
con la gente, o al menos a mí me ha pasado.
Creo
que tenía tantas ganas de fumar contigo, de conocerte con cada calada y de
saciarme de ti, que he dejado que el hormigueo en la piel me llevase a
encenderte demasiado pronto, a consumirte demasiado rápido y no darte tu
tiempo. Supongo que estas cosas pasan cuando llevas años sin fumar de esta manera,
sin sentir tan adentro este anhelo. Lo he sentido.
Y
aunque me he llamado idiota mil veces por ello todos estos días, y aunque sé
que es lo que pensará quien conozca esta historia desde fuera, en realidad no
creo que lo sea. No creo que sea idiota guiarte por impulsos, no concederle
tregua al miedo y que sean tus sentimientos los que te muevan siempre. Podría
llamarme ilusa, inocente o temeraria, quizás, pero idiota no. Idiota sería
conocer a alguien que te mueve en cuanto le ves entrar por una habitación y
dejar que el miedo te paralice. Idiota sería mirar hacia otro lado, por mucho
que todos te lo digan, cuando los ojos que quieres ver te están mirando. Idiota
sería no perderte en unos labios que te atraen por su forma de ir de frente y
de no aparentar la perfección. La imperfección me resulta tan jodidamente
atractiva… quizás en eso sí sea idiota, o cuando menos masoquista. Idiota o
injusto, no lo sé, habría sido no concederle el beneficio de la duda, la
presunción de inocencia, cargar sobre ella lo que otras me han hecho. Todos
tenemos derecho a dudar y eso no nos hace malas personas ni fumadores
compulsivos. Eso sí, no nos engañemos, me habría encantado no ser solo una
duda, un sí pero no, un beso a medias y a destiempo; me habría encantado ser tu
certeza absoluta y que te pudiesen las ganas. Pero supongo que para eso he
llegado tarde a tu vida, o demasiado pronto. El tiempo también es relativo.
He
conocido a chicas durante meses a las que no les he abierto ni una pequeña
puerta que llevase a mí y sin embargo ahora me encuentro cerrando todas las
ventanas a cal y canto para que el frío que me deja este final no me congele
hasta enero. He tenido historias de una noche, historias para no dormir y otras
que nunca contaré y, no obstante, aquí estoy de madrugada antes de hacer una
maleta y coger un avión y escribiendo sobre algo que ni siquiera ha pasado.
Desde
luego si algo me llevo de este final de año es que he roto con cualquier
bloqueo que tuviese para escribir; he escrito más en este mes que todo lo que
resta de año. Creo que eso se lo debo a tu valentía inicial, a mi imprudencia
constante, a esos vaqueros que tan bien te quedan y a mis ganas de reescribir
la historia e inventarme otro final. A ti no te cambiaría. Supongo que ahora
crees que sí pero no lo haría.
No
se trata de que me atraigan las historias imposibles, ni de que me aferre a lo
que quizás nunca podré tener, ni de que por gusto juegue de antemano a la carta
perdedora; se trata simplemente de que hay gente que te mueve y otra que no
¿Qué culpa tengo yo de no poder elegir lo que siente mi cuerpo? ¿Qué culpa
tengo yo de que me haya intrigado tanto con tan poco y de que con solo verla
bailar y sonreír me haya vuelto loca? Decía Risto Mejide eso de: “Puede que me
haya vuelto loco, o viejo, o todo a la vez. Y puede que eso sea lo único que me
vaya a volver jamás”.
Siempre
he sido muy clara con respecto a lo que quiero en la vida y supongo que hoy me
toca ser consecuente. Siempre he dicho que prefiero un montón de altibajos en
mi horizonte que uno plano, sentir casi el final del acantilado y canalizar la
adrenalina que supone el hacer lo que sientes y lo que realmente quieres hacer.
Hoy me toca la otra cara de la moneda, poner las manos para frenar la caída y
abrirme de par en par entre estas palabras con la esperanza de emprender de
nuevo el vuelo, algún día. Quizás no aquí, quizás no con ella. O tal vez sí,
nunca se sabe. Pero volver a volar es siempre el objetivo.
Son
las 2:30 de la madrugada y hace un frío que te mueres en esta terraza y aun así
sigo retrasando el momento de meterme en la cama. Verás, ayer después de mucho
tiempo soñé con esa otra historia que no pudo ser y que me dejó tocada durante
años. Soñé que volvía a meterme en un juego que no gané entonces y en el que
ahora ya no quiero ni participar. Y fue un poco como una alarma de mi
subconsciente, o así me lo tomé, como un aviso de que no se puede tentar a la
suerte eternamente, no se puede jugar a ser invencible cuando te rompes a la
primera caricia que no te dan. Supongo que hoy ese miedo me ha acompañado. Y a
pesar de que esto no es comparable y aunque aprecio tu honestidad durante este
tiempo, creo que en parte esa sensación ha hablado por mí, ese miedo a quedarme
sola en la última mano de una partida que hace tiempo que terminó. Eso no
cambia lo que he dicho pero quizás si aclare el por qué.
Hace
tiempo leí que las personas somos como estrellas, cometas, satélites o incluso
basura espacial. Supongo que en este caso he ido persiguiendo una estrella
fugaz, que brilla por sí sola con luz propia, que probablemente esté muy lejos
de mi altura, que quizás no quiera ser alcanzada, o no por estas manos y que,
por su naturaleza, debería haberme conformado con que fuese fugaz. Cuando ves
una estrella así te pilla tan de sorpresa que a veces no sabes cómo reaccionar.
Y yo, que en ocasiones sigo siendo como una niña, del mismo modo que en esa
canción infantil sigo soñando que algún día podré ser tan alta como la luna,
que podré tocar las estrellas de cerca sin quemarme y que podré observar el
cielo cada noche. Llámame soñadora o ingenua, repito, pero no idiota. Idiota
habría sido si en el instante en que vi la estrella en vez de pedirle que se
quedase un poco más y se acercase a mí, le hubiera pedido que se fuera por el
miedo a acostumbrarme a su presencia. Idiota sería decir “vete” cuando lo único
que quieres decir es “ven y bésame”.
Así
que ya sabes, cuando veas una estrella fugaz ten cuidado porque si parpadeas
puedes perdértela, porque cuando quieras acercarte quizás ya se haya ido.
Aunque te tiemblen las piernas intenta quedarte quieto en el sitio y disfrutar
el momento mientras dure. Recuerda que tienen sus tiempos y que por mucho que
tú quieras son ellas las que vienen a ti, nunca tú a ellas. Recuerda que están
a años luz de nuestro mundo y que de todos los elementos astronómicos que
podías ver son probablemente las más difíciles de conseguir pero también las
más gratificantes. Quizás cuando menos te lo esperes y salgas a explorar la
noche vuelvas a ver una, quizás no se te cruce ninguna en años y tal vez, sólo
tal vez, la misma que viste en una ocasión vuelva a aparecer en forma de mujer.
Pero si no es así, sino vuelves a verla, no le guardes rencor por ser estrella
y menos por ser fugaz. Da las gracias por las veces que incendió tu noche,
recuérdala por lo que fue, ni más ni menos, y deséale suerte en su travesía. La
noche sigue. La vida sigue. Y no sólo de estrellas vive el hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario