lunes, 29 de agosto de 2011

Nunca me abandones

Llevo media hora tirada en la cama, pensando. Hace un rato acabé el libro de igual título que esta entrada. Y ese es el causante de mi media hora reflexionando. Y vale, si, con alguna que otra lagrimilla. Lo curioso es que más que el libro en sí (sobra decir que me encantó) y sobre todo el final, lo que me tiene aquí mirando el techo y pensando es otra parte de la historia. Pienso en ese pasaje en que Kathy H. le explica a Madame lo que realmente pasaba por su cabeza cuando la vio aquel día, años atrás y en plena infancia, abrazada fuertemente a un cojín con los ojos cerrados y bailando, mientras de fondo sonaba “Oh baby baby, nunca me abandones…” Pienso en la contestación de Madame al saber qué significaba aquella escena para la niña, dado que para ella evocaba unos sentimientos totalmente diferentes. Pienso, por tanto, en la posibilidad de que en el fondo cada uno de nosotros tengamos nuestro propio cojín; ese al que nos aferramos con fuerza con una expresión anhelante mientras bailamos “oh baby baby, nunca me abandones”. Tal vez eso que abrazamos pertenece a nuestro pasado, o a un futuro soñado por nosotros… tal vez sea algo real, factible o algo imposible… tal vez sea alguien, sea un sentimiento, un recuerdo, un lugar, una situación… Pero creo sin duda después de acabar el libro que todos tenemos nuestro cojín. Yo desde luego sé que tengo el mío y sé cuál es. ¿Y tú?

No hay comentarios:

Publicar un comentario