Hoy en día la inmediatez se ha impuesto
en nuestras vidas. La gente vive de whatsapps, de likes en Facebook, de fotos en Instagram, de dejar en visto y
mandar audios durante minutos y minutos sin esperar la respuesta de la otra
persona, hablar y no escuchar. Pero llega un momento en que tu Facebook se
actualiza y ya no ves ese like, o en
que la foto de Instagram se queda obsoleta, o en que la memoria de tu móvil se
llena y tienes que borrar menajes. Y es cuando yo me pregunto, ¿qué hay después
del ahora?
Como
decía, poca gente escucha aunque sí oigan, poca gente imprime fotos en lugar de
dejar que se pierdan en la red, poca gente mira a los ojos y no a las
pantallas, poca gente escribe cartas. Hemos perdido la emoción de abrir un
buzón, rasgar un sobre y dejar que las palabras de alguien entren en nuestra
casa. Hemos perdido la nostalgia que acompaña cuando encuentras esas cartas
años más tarde al abrir un cajón. Vivimos una doble vida y muchas veces por
estar pendientes de la que llevamos online nos perdemos la del día a día. Hemos
perdido el factor sorpresa de presentarnos en la puerta de alguien sin avisar
porque necesitamos resolver nuestras dudas hablando cara a cara. Ahora casi
parece de locos, psicópatas o desesperados que queramos que las cosas, sobre
todo las importantes, nos las digan unos labios y unos ojos y no unas letras de
whatsapp.
Y
quizás parezca algo hipócrita por mi parte que todo esto lo escriba en un blog,
pero los que me conocen saben bien cómo soy. Y aunque las contradicciones
formen parte de mi encanto, tengo claro que cambio que me vengan a buscar al
aeropuerto por cualquier visita en este blog. Cambio mirar de reojo a las chicas
que me gustan que entrar en un perfil por si han actualizado una foto, aunque
siga poniéndome roja cada vez que me pillan. Cambio noches de hablar hasta las
tantas, con sus silencios, con los tonos de ciertas palabras que dicen más que
las palabras en sí, que estar mirando una pantalla esperando una respuesta y
tener que interpretar tú el tono con el que te están hablando. Mi madre sabe
cuando contesto al teléfono, con pocas palabras, cuándo estoy mal ¿cómo voy a
saber yo si realmente te alegras de que te hable, si estás triste, si te
sientes sola o te estoy molestando si no escucho cómo me respondes? ¡Cuántos
mal entendidos habrá generado el puto Whatsapp! ¡Cuántas historias quizás
podrían haberse convertido en algo especial si hubieses sentido su sonrisa a
través del teléfono al reconocer tu voz! Pero no es irremediable, ésta en
nosotros el que la actualidad nos imponga las cosas o no. Cada uno vive la vida
que quiere vivir. Eliges coger un tren para ver a alguien y compartir un abrazo
y unas horas juntos. Eliges no ver si está en línea y ver si está en casa. Eliges
que el móvil no sea lo más cerca que vas a estar de alguien. Eliges compartir
más cervezas que enlaces. Eliges cenas en las que uno habla por encima del otro
acaloradamente mientras defendéis vuestra visión del mundo. Eliges que no hay
emoticono que pueda expresar lo que sientes y que prefieres trasmitirlo con
caricias. Eliges dejar el Tinder aparcado y estar presente, no sólo de cuerpo,
cuando llevas tiempo sin ver a tus amigos. Eliges comprar billetes de avión,
pasar de largo en una tienda y ahorrar para viajar, salir a la calle aunque
llueva. Eliges sorprender a alguien un jueves cualquiera. Como dice una amiga mía, en esta vida menos whatsapps y más hechos, a lo que añado: menos whatsapps y más sorpresas.
Elige
la vida.
La
única Red que realmente vale la pena es la Red Vintage.
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