He soñado toda la noche
contigo. Llegabas en tu moto que ni siquiera sabía que tenías y me mirabas como
pidiéndome perdón porque llegabas tarde; unos minutos esa noche y unos años en
mi vida. O quizás no, tal vez llegabas en el momento correcto, pero nunca lo
sabremos porque a los dos nos encanta jugar al despiste.
Te quitabas el casco y tu
pelo se confundía con la noche. Y yo sonreía al verte por fin. Tonteábamos un
poco y entre juego y juego me daba cuenta de que hacía tiempo que no estábamos
tan cómodas como en ese sueño, lo cual es un poco triste. Supongo que esa es la
magia que tienen los sueños, que no hay consecuencias, no hay después, no hay
compromisos, ni expectativas, ni decepciones, ni malos entendidos siquiera. Yo
te miraba, tú me mirabas. Sonreíamos. Te bajabas de la moto y pasábamos la
noche juntas.
Suelo pensar que la mayor
parte de los sueños significan algo. Hace un par de días que me monté en moto
por primera vez y hace un par de meses
que me abrí a volver a sentir algo por una chica; supongo que el hecho de que
todos esos factores se junten en este sueño, que tú estés en él, tiene algún
significado. El problema llega cuando abro los ojos, el sueño termina, y no
estás ahí. Sé que no vas a estar porque ya me has dejado claro que he perdido
mi ocasión. O quizás quien la haya perdido seas tú. La conclusión es que no
puedo vivir sólo de sueños.
Una vez en una serie
escuché que una chica decía la siguiente frase sobre las motos: “lo que me da
miedo no es caerme, es lanzarme”. Y creo que eso es un poco lo que me ha pasado
contigo.
Escucho y leo mucho a
Loreto Sesma últimamente y creo que se nota; hace tiempo que dejé de confundir
cualquier boca con una salida de emergencia, pero sí que sigo viendo cada
naufragio como una oportunidad de aprender a nadar. Ya no creo en las historias
de una noche, no las busco, no me representan. Pero si este sueño fuese sólo
eso, una historia de una noche, sin duda has sido la mejor.
Preferiría verte en
persona que verte sólo en sueños. Preferiría que mi sonrisa temblase menos que
mis manos cuando te pienso, que me diese más miedo subirme a tu moto que
encontrarme tu mirada y sólo ver indiferencia, o lo que es peor, no encontrarla
siquiera. Preferiría agarrarme a tu cintura con cada curva que tomemos y no ver
que siempre son otras manos las que te acarician. Preferiría parar en el camino
las veces que hiciese falta para entenderte mirándote a los ojos y no tener que
interpretar lo que me dices con el ruido de fondo del resto del mundo y el casco
siempre puesto. No sé si no he aprendido a quitártelo por falta de habilidad,
por falta de ocasión o por falta de
experiencia. Pero sin duda no ha sido por falta de ganas. Quizás es que se
corre menos riesgo desabrochando cremalleras. Quizás nuestro seguro de vida no
cubría más accidentes ni más incendios y creo que a estas alturas las dos
sabemos que precisamos pocas chispas para explotar. Quizás si hubieses mirado alrededor entre semáforo y semáforo te habrías dado cuenta de que da igual en qué país conduzcas, lo importante son las señales. Quizás si te hubieses
parado a mirarme un solo minuto habrías encontrado en mis ojos todas las
respuestas. Quizás, después de todo, el verde no era tu color.
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