- ¿Y qué fue de ella?
- Pues
créeme que no lo sé, no la volví a ver. A veces todavía la pienso aunque no lo
digo.
- ¿Y no te sientes un poco estúpida al
hacerlo?
- Joder,
sí que empiezas fuerte… Pues no, no creo que deba sentirme así. Me da pena cómo
ha acabado todo y no me gustan algunas cosas que ha hecho, pero ¿por qué
debería sentirme estúpida yo?
- Por no haberme escuchado quizás, ni a
mí ni a nadie vaya. Pero me gusta que por lo menos veas que la que ha jugado y
ha hecho las cosas mal es ella.
- Pues
sí, pero no empecemos porque ya tengo muy clara tu opinión sobre ella y tú la
mía.
- No, la verdad que últimamente creo que
ni tú la tienes clara. De todas formas dejemos el tema, no te he llamado por
eso.
- ¿Y
por qué me has llamado?
- Para ver si estás bien. Para escuchar
tu voz. A veces tengo miedo a perderte. Cuando no sonríes como antes o estás
más fría o te muestras escéptica pienso: ¿dónde está su esencia? Y me da miedo,
me aterra perderte porque me contrarrestas, no sé dónde acabaría sin ti.
- No
sé qué responder a eso. Supongo que no me he dado cuenta… Quizás esta historia
me ha dejado en cuarentena, quizás haya sido un cúmulo de cosas…
- “No se aprende a ser fuerte de una
noche a un amanecer”.
- “No
se aprende a ser valiente al correr por delante del miedo”.
- Por ser valiente estamos dónde estamos
precisamente, en un bunker frío en el que los besos que os robasteis no te
abrigan por las noches. Puede que aún pienses en ella cuando escuchas su acento
por la calle, y te muerdes los labios, y te jode. Tal vez de esta experiencia
aprendamos que importa más lo que se diga que la boca y el acento que lo dicen.
Quizás nos demos cuenta de que no hay nada más importante que que tus actos y
tu mirada guarden una coherencia. No vuelvas a conformarte con que te miren
como si quisieran dártelo todo cuando en realidad se están comiendo los labios
de otros.
- No
sé por qué te crees perfecta ¿Piensas que no me he dado cuenta de que evitas su
calle porque tiemblas ante la posibilidad de verla? Por mucho que mires ochenta
veces a todos lados antes de cruzar un semáforo en rojo, va a seguir siendo un riesgo
cruzar y es lo que pareces no entender.
- Niña, el riesgo no es cruzar, es lo
que hay al otro lado.
- Discrepo.
- Como siempre.
- ¿Y
dónde coño nos deja eso?
- En el punto de partida supongo. En que
no puede haber un yo si no hay un tú, y viceversa.
- O
mejor dicho, en que podemos coexistir por separado pero solo nos sentimos vivir
cuando somos uno.
- Muy bonita esta reflexión;
recuérdamela la próxima vez que nos rompamos por tu necesidad de no dejar nada
a medias, o la próxima vez que nos aceleremos por tu impulsividad lunar.
- Recuérdamela
tú la próxima vez que quieras salir corriendo, que tus putos fantasmas
aparezcan en mis sueños para alertarme o que nos frenen tu prudencia y tu
experiencia.
- ¿Eres consciente, no? De todos los
amores de nuestra vida, éste es el más complicado.
- Y
el más importante también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario