Reencontrarte con ella fue lo mejor o lo peor que podría
haberte pasado. Pero sucedió. Y todo lo que ocurrió o no desde entonces no
dependió más que de vosotras mismas.
El timing es
algo curioso, cómo algo que estabas deseando te llega cuando menos te lo
esperas y, en cambio, otras cosas que quieres ver venir con todas tus fuerzas
no llegan nunca a presentarse frente a ti. Frente a ti estaba ella, con cara de
haberse perdido y la mirada clavada en ti. Y tú no sabías si reír o llorar ante
le ironía de la situación, si abrazarla y dejarla pasar o cerrarle la puerta en
las narices. Estos meses de distancia te habían hecho más fuerte, pero
cualquiera que te conociese y presenciase la escena te preguntaría: ¿hasta qué
punto?
Abrirle la puerta no implicaba nada, no te imponía ningún
contrato, no la invitaba de vuelta a tu vida ni a tu cama. Pero dejarla pasar sí
significaba escucharla de nuevo, saber qué tiene que contarte y tratar de leer
todo lo que no te está diciendo. Últimamente erais especialistas en eso, en
hablar sin que sea en voz alta. Aunque pensándolo mejor y dada vuestra situación quizás en vez de
especialistas fueseis las personas a las que peor se les daba en el mundo.
– ¿Cuánto tiempo me vas a tener en la puerta? – preguntó ella rompiendo así el silencio que os acompañaba los últimos meses.
– ¿Cuánto tiempo me vas a tener en la puerta? – preguntó ella rompiendo así el silencio que os acompañaba los últimos meses.
“El necesario para prepararme” pensaste tú.
El timing,
jodido como él solo.
Las segundas oportunidades tienen eso, que cuando se te
conceden no siempre sigues queriéndolas.
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