lunes, 15 de junio de 2015

You know where the city is

      Recogíamos palabras en tiempos de guerra, batallábamos por paces que nunca llegaban. Cogías aviones que te llevaban a mí y yo reabría puertas cada vez que tú llamabas.

He soñado contigo por un tiempo… cuando me aburría la monotonía de mi vida y pensaba en todas las aventuras que me prometías en silencio, con gritos, con besos. He pensado en volver a Barcelona, en buscar tu pelo rubio por las calles, en preguntarle a la gente por ti. Tal vez tú estés haciendo lo mismo.

“Estaba loca y le sentaba mal beber, solía llorar sin estar triste, paraba el tráfico en la calle”


¿Recuerdas aquello que decías de que la vida pasa más rápido pero también más lento de lo que creemos? Pues yo ya llevo la cuenta de las horas que llevo sin prepararte un té con hielo, llevo el tiempo atrapado en los ojos a la espera de volver a encontrarte, a la espera de que para entonces no sea a otra a la que coges de la mano en los semáforos.

Dice mi madre que sabe cuándo estoy pensando en ti porque me muerdo el interior de una mejilla; supongo que hay cosas que nunca cambian, que hay fuerzas que nunca pueden controlarse.

He dejado de fumar ¿sabes? Te reirías si supieras que lo he dejado ahora después de tanto luchar tú entonces porque lo hiciera. Creo que me ayuda a sentirte cerca.

Te mentiría si te dijera que no ha habido otras chicas, pero nunca he vuelto a dejar de ser impar. Todavía llevo tu pintalabios guardado en el bolsillo por si quieres reabrir un debate entre pintártelos o besarme una vez más. Todavía tengo una caligrafía barata y vaga y sigo haciendo tachones en todas las libretas en las que escribo. Todavía escribo sobre ti.

Dicen mis amigas que ya no soy la misma. Aún no les he contado que  escribiste “eje” en una servilleta y la metiste en tu cerveza para que se diluyera. “Now tell me about the real you” me susurraste en ese bar de mala muerte en el que nos refugiábamos de la lluvia. Era la primera vez que quedábamos de día y llevabas puesta tu camiseta de The 1975; me la he puesto para escribir esto pero, tranquila, que solo la uso en ocasiones especiales o cuando como chocolate.

Aún no les he contado que cada martes o miércoles de Champions, en vez de animar a mi equipo, quedábamos con los amigos de tu ciudad para animar al tuyo. Y cada vez que te emocionabas con vuestro himno yo jugaba con los pequeños pelos de tu nuca tratando de alejar la nostalgia. ¿Tienes nostalgia ahora del tiempo que pasamos juntas? Quiero creer que tú también extrañas ver el amanecer en La Barceloneta después de una noche de fiesta; guardo la arena que me traje junto a las entradas de todos los conciertos a los que fuimos.

Mis amigas aún no saben que cada vez que metíais un gol yo dejaba de ver la tele y te miraba a ti, no saben que valía la pena animar a tu equipo por ver cómo te apartabas el flequillo de la cara cuando marcabais, o por cómo me guiñabas un ojo cuando el árbitro pitaba el final del partido. Ahí empezaba nuestra noche y brindábamos por todas las noches que se convirtieron en mañanas, brindábamos por Inglaterra pero también por España, en ocasiones hasta brindábamos por Amsterdam. Y ahora pienso en aquel viaje exprés que hicimos, en aquellas risas congeladas en el tiempo que nos esperan todavía en la Plaza Dam. Hay quien asegura que ha visto nuestras sombras en los canales, cruzando un puente hacia un futuro que por desgracia dejamos atrás. No he vuelto al barrio rojo, ni a un coffee shop, ni me he vuelto a montar en bicicleta o en una nube; no he vuelto a Amsterdam pero estoy convencida de que una parte de mí no llegó a irse de allí. Acabo de recordar cuánto celebraste el gol que os dio el pase a semifinales, no llevábamos ni una hora allí y habíamos parado a ver el partido antes incluso de dejar las maletas en el hotel. La gente te miraba como si estuvieras loca, una camarera te desnudaba con los ojos y tú me besaste en cuanto dejaste de saltar; aquel fue uno de los viajes más felices de mi vida.

Fue maravilloso compartir contigo esa etapa, la primera vez que no veías una final de Champions con tus hermanos, tu primera vez fuera de casa, en un país distinto. Fue una gran coincidencia que tus queridos reds ganaran la Champions 15 años después justo el año que pasamos juntas. Aunque ya sabes que nunca he creído en las casualidades.

Mis amigas aún no saben esa historia, no saben que la marca que tengo en la muñeca izquierda me la hice la noche en que vimos la final, con la lámpara del bar cuando saltamos como locas, la noche en que te vi llorar de emoción por primera vez y en la que quemamos Barcelona, casi literalmente.

No saben que no he parado de escribir desde que te conocí, como si algo hubiera revivido en mí. No saben que he llenado libretas y cuadernos intentando describirte, que te he dedicado versos en inglés, castellano y catalán, sobre recibos atrasados, folios, billetes y posavasos que robaba en los bares. Ellas no te han visto a medio vestir haciéndonos el desayuno, ni conocen el verde de tus ojos, tu voz ronca al despertarte o tu pasión por Hemingway; no saben que nos presentó mi compañera de piso, que tardamos dos horas en besarnos y dos meses en decirnos “te quiero”. Si te vieran quizás entenderían por qué no les cogía el teléfono la mayor parte de las veces que llamaban. Si te conocieran comprenderían por qué he cambiado, porque sí que es verdad que ya no soy la misma.

Supongo que hasta ahora no les he contado nada por qué he querido mantenerte casi en una especie de sitio secreto, reservado para mí, medio protegido de cualquier cosa que pudiera enturbiarlo. A veces creo que he sido un poco egoísta por no compartir con ellas la felicidad que me transmitías, por no compartir ahora la tristeza que supone tenerte tan lejos. Pero nunca he tenido nada así y hay cosas en la vida con las que no hay que correr riesgos.

Esta noche me sentaré con ellas y les contaré toda nuestra historia, como hice con mi madre al comienzo del verano. Tendré que ver sus caras de desconcierto, sus reproches, contestar a sus preguntas… pero supongo que también veré sus caras de sorpresa y, espero, de alegría. Nunca es tarde para contar que mi año en Barcelona no fue exactamente como creen, que los pendientes que encontraron en mi cama cuando vinieron a verme no eran de un rollo de una noche, que al concierto de Robbie Williams no fui con mi compañera de piso, que la que me sacaba las fotos que subía a Instagram eras tú, que no volví a Galicia por mi cumpleaños para pasarlo juntas, que la sombra que había detrás de cada sonrisa mía que vieron ese año era la tuya.

Supongo que ha llegado el momento de decirles que voy a volver a por ti, mi rubia loca. Aún no sé cómo no se han dado cuenta antes, cómo no han sospechado de la cantidad de veces que salía de los pubs para hablar por teléfono, de que no he hablado de ninguna chica desde que me fui a Barcelona ni me han visto con ninguna desde que volví; no sé cómo no se han dado cuenta de la foto que tengo de fondo de pantalla o de los chupones mal maquillados que traía cuando venía a visitarlas. Aún recuerdo tu sonrisa cuando yo hablaba por Skype con una de ellas mientras tú estudiabas y me decía entre bromas: Águeda, no vayas a enamorarte de una extranjera y te nos marches vete a saber dónde. Como ya he dicho parece que hay fuerzas que nunca pueden controlarse.

Tal vez la próxima vez que te vea lleves puesta la cazadora de cuero gastada que tanto nos protegió en noviembre de los chaparrones repentinos. Tal vez hayas vuelto a pintar o te hayas hecho un tatuaje nuevo. Quizás aún te pase como a mí y te despiertes cada mañana pensando que me tienes a tu lado en la cama. Tal vez la próxima vez que te vea hayas decidido que tu plan de comerte el mundo sigue siendo el único que tiene algún sentido. Puede que alguien me diga al oído que acabas de entrar en el bar en el que estamos o quizás escuche tu voz de repente en una rueda de prensa abarrotada de periodistas. Puede que la próxima vez que suene el timbre y vaya a abrir la puerta estés tú al otro lado. Puede que un día esté paseando por las ramblas, me fije en un puesto de flores y vea un destello de luz; el sol me ha dicho que echa tanto de menos jugar con tu pelo como yo.

“Guardaba la luz en su cabello rubio”


Tal vez la próxima vez que nos encontremos lleve puesta la camiseta del Liverpool, para que así, al verme, sientas que has llegado a casa. 

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