viernes, 6 de octubre de 2017

Dos años en Barna

Hoy hace dos años que empecé este viaje. Me despedí de mi madre y mi hermano en el aeropuerto con lágrimas en los ojos y me prometí a mí misma que solo volvería cuando estuviese entera. Desde entonces he visto las Rías Baixas numerosas veces desde el aire, siempre me cuesta dejarlas y siempre quiero pero temo volver. 



Desde esa primera noche en Barcelona en la que mis compañeros de piso me llevaron al Oktoberfest, he sentido Barcelona a veces muy mía y a veces muy ajena. Me he perdido por sus calles y por sus mujeres de distintas nacionalidades e impactos y me he encontrado en su poesía, en su cultura siempre latente, en su diversidad. Me han emocionado sus directos, me he sentido abrumada por sus posibilidades, he vivido su vena más reivindicativa y me he dado cuenta de que hay impulsos de sangre que no se pueden frenar. 

He encontrado en el Born la sombra de batallas perdidas, he desfilado con orgullo por paralel hasta el muelle y recordé en una escapada a Sitges que debo ser mía antes que de nadie. Busqué la magia en Montjuic y la encontré en un barrio cualquiera del Raval; pero a veces la magia tiene truco y pierde su encanto al desvelar lo que esconde. Me he perdido la Mercé más veces de las que he estado aquí, canté por las fiestas de Gracia, aún no he encontrado mi rosa de Sant Jordi y ya he ido más domingos a Chocochurros de los que he ido a misa en mi vida. 

Barcelona y yo tenemos un vínculo extraño y a veces contradictorio. Nos diferencia mi madridismo y nos une el 92. Me alejan sus corrientes de independencia pero me sorprende su solidaridad y su capacidad de recuperación. No estuve aquí el 17 de Agosto pero lo sentí como tal. Barcelona me duele como propia aunque a veces me sienta absolutamente fuera de ella. Hay noches que no sé si le hablo yo a la luna o ella a mí, hay días que me pregunto qué hago aquí, hasta que unos brazos me envuelven y me hacen creer que quizás pueda construir en Barcelona mi casa. Tal vez cualquier lugar pueda ser hogar mientras te sientas tú. 

En mis días rojos intento no olvidar que aunque me ha hecho daño Barcelona también me ha curado. No suelo hablar de ello pero antes de venirme estaba atrapada, literalmente, en una pesadilla recurrente. No podía moverme, no podía gritar. Sentía como me asfixiaban y apretaban el pecho y yo solo podía tratar de retorcerme para despertar. Parecerá una tontería pero en el fondo no lo era. Los aires de cambio del Mediterráneo se llevaron mi pesadilla y siempre estaré agradecida por ello. 

Barcelona me ha inspirado para escribir la historia de la que estoy más orgullosa hasta el momento. En un pequeño balcón entre Sardenya y Ausiàs Marc he generado "Incendios de nieve" y he terminado con una sequía de palabras impropia de mí. He escrito más que nunca y más profundo, más desde dentro. Le he escrito cartas a mi madre, pequeñas cosas a amigos, historias sobre musas que me hacen vibrar y llorar a partes iguales y poemas a la luna. Aún la busco en Barcelona. Aún la busco en todas partes. 

No sé cuánto estaré aquí. Últimamente me da miedo planear a la larga; quizás por eso y sin quererlo esto suena un poco a despedida. Pero sé que voy a intentar seguir explotándola al máximo, seguir dándole tanto como recibo de ella y dejarle una sonrisa en cada esquina. Nunca sabes quién puede estar al otro lado, sobre todo en Barcelona.

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