Supongo que todos tenemos la
tendencia de asociar cosas o personas a determinados lugares. Sevilla siempre
fue para mí mis amigos de periodismo durante horas en una
terraza; Ana iba
unida a un Cadillac de segunda mano, con olor a tabaco y tequila y cargado de
sueños dibujados al filo de una carretera que parecía interminable; del mismo
modo que las niñas eran todos los viajes
que nunca llegamos a hacer.


Desde hacía años cuando pensaba en California visualizaba
una noria en el puerto de Santa Mónica antes que Hollywood, las cabinas rojas
de Londres antes que el Big Ben, Chueca antes que el parque del retiro. Desde
que a la temprana edad de los catorce años empecé a sentirme diferente a mis
compañeras de instituto de ciudad pequeña, comencé mi aventura de imaginar un
sitio en el que lo diferente fuera lo común. En el fondo no era más que un
sueño bobo que habrán tenido el 80% de los homosexuales que nacen en sitios
pequeños; el ideal de escapar, de ser uno más y sentirte parte
de algo. Pensaba
en Chueca durante mi adolescencia casi como en Disneyland cuando era una cría.
Y se me quedó tan grabado que con veintidós años, la carrera acabada y nada que
hacer en mi ciudad, el ir a Madrid se convirtió casi en una cuestión de
superación, de orgullo propio, una forma de satisfacer a esa adolescente
inocente y pura que aunque muy maquillada por todos estos años, aún guardaba
dentro de mí... en algún lugar.

Y sin embargo la primera tarde que pasé en Madrid, tras
dejar las maletas en mi cutre modesto apartamento alquilado, lo primero
que hice fue comprar cigarrillos, coger una de mis viejas libretas y sentarme
en el retiro a fumar y escribir sobre ella (o escribir y fumar sobre ella, el
orden no altera el producto). Escribí sobre el pasado fumando como si no
hubiera un futuro. Sostuve cada colilla entre mis dedos con la fragilidad que
caracterizó a nuestra amistad esos últimos meses. Rasgué el papel con el boli
con la misma furia y la misma pasión con la que sus uñas se clavaron en mi
espalda aquella noche, antes de irme a Madrid, mucho antes de darme cuenta
de
que tenía que salir de allí.

Y quizás ese fue mi primer error, o el último de muchos
en la vida que había dejado atrás, el convertirla una vez más en protagonista,
incluso a 600 kilómetros de distancia.
Querida Agueda Volta le escribo desde mi anonimato para expresarle mi más sincero agradecimiento por un capítulo más pero quisiera pedirle, rogarle, suplicarle, que el próximo capitulo sea más largo y desvele algo más por favor.
ResponderEliminarMuchas gracias tu amiga anónima :)
Se hará lo que se pueda :) jaja
Eliminarjajajajjajjaajj muy de acuerdo con tu amiga la anónima jajaja
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