miércoles, 6 de mayo de 2015

La única movida que existió en Madrid: Capítulo 1

Supongo que todos tenemos la tendencia de asociar cosas o personas a determinados lugares. Sevilla siempre fue para mí mis amigos de periodismo durante horas en una terraza; Ana iba unida a un Cadillac de segunda mano, con olor a tabaco y tequila y cargado de sueños dibujados al filo de una carretera que parecía interminable; del mismo modo que las niñas eran todos los viajes que nunca llegamos a hacer.

Desde hacía años cuando pensaba en California visualizaba una noria en el puerto de Santa Mónica antes que Hollywood, las cabinas rojas de Londres antes que el Big Ben, Chueca antes que el parque del retiro. Desde que a la temprana edad de los catorce años empecé a sentirme diferente a mis compañeras de instituto de ciudad pequeña, comencé mi aventura de imaginar un sitio en el que lo diferente fuera lo común. En el fondo no era más que un sueño bobo que habrán tenido el 80% de los homosexuales que nacen en sitios pequeños; el ideal de escapar, de ser uno más y sentirte parte de algo. Pensaba en Chueca durante mi adolescencia casi como en Disneyland cuando era una cría. Y se me quedó tan grabado que con veintidós años, la carrera acabada y nada que hacer en mi ciudad, el ir a Madrid se convirtió casi en una cuestión de superación, de orgullo propio, una forma de satisfacer a esa adolescente inocente y pura que aunque muy maquillada por todos estos años, aún guardaba dentro de mí... en algún lugar.

Y sin embargo la primera tarde que pasé en Madrid, tras dejar las maletas en mi cutre modesto apartamento alquilado, lo primero que hice fue comprar cigarrillos, coger una de mis viejas libretas y sentarme en el retiro a fumar y escribir sobre ella (o escribir y fumar sobre ella, el orden no altera el producto). Escribí sobre el pasado fumando como si no hubiera un futuro. Sostuve cada colilla entre mis dedos con la fragilidad que caracterizó a nuestra amistad esos últimos meses. Rasgué el papel con el boli con la misma furia y la misma pasión con la que sus uñas se clavaron en mi espalda aquella noche, antes de irme a Madrid, mucho antes de darme cuenta de que tenía que salir de allí.


Y quizás ese fue mi primer error, o el último de muchos en la vida que había dejado atrás, el convertirla una vez más en protagonista, incluso a 600 kilómetros de distancia. 

3 comentarios:

  1. Querida Agueda Volta le escribo desde mi anonimato para expresarle mi más sincero agradecimiento por un capítulo más pero quisiera pedirle, rogarle, suplicarle, que el próximo capitulo sea más largo y desvele algo más por favor.

    Muchas gracias tu amiga anónima :)

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  2. jajajajjajjaajj muy de acuerdo con tu amiga la anónima jajaja

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