miércoles, 24 de enero de 2018

Revolución

Siempre he creído que de haber tenido más tiempo lo habría atrapado en tus labios. Y aunque fuimos unas inconscientes con respecto a lo que aquello suponía, temerarias incluso, yo tenía conciencia plena de cómo temblabas en mis manos.

Aquella noche desgaté mi memoria y borré todo lo anterior a ti; nunca podría compararte. Reventé mis sentidos hasta el punto de que todo lo que notaba en mí eras tú. Cada vez que respirabas como si aquello fuese a ahogarte en cualquier momento. Cada vez que me agarrabas por si aún quedaba algún espacio entre las dos. Cada vez que me mordías con impaciencia como si llegase tarde a un momento que llevaras toda la vida esperando.

¿Qué sentías tú?

¿Notabas mi pulso acelerado cuando te escondías en mi cuello? ¿O las formas que te dibujaba en la cintura por debajo de la camiseta? Creo que nunca me he sentido tan torpe con una chica, pero es que contigo era como volver a empezar. Éramos dos niñas… Nunca dejamos de serlo.

Tus labios eran el acorde menor del que Alfred hablaba en Londres, el Nevermind de Nirvana, Woodstock en el 69 y todas las canciones que a los del Club de los 27 les quedaron pendientes.

Eras el laberinto que te atrapa para siempre, la sombra de la Maga sobre el puente. Me escribías en la piel, me quemabas por los ojos, y creí ver en los tuyos el germen de una revolución. Olías a libro nuevo, sabías a miedo… Aún no sé si tuyo o mío.

Debí decirte aquella noche, con respecto a nuestro sueño, que no necesitaba recorrer el mundo para saber que eras las luces de aquel siglo en París. Que aún se habla de ti en los bares de la movida de Madrid. Y se escucha tu eco en las calles mojadas de Edimburgo. Dicen quienes te vieron bailar en La Habana que no se ha visto cosa igual, que le recordabas al verano de Cuba lo que era el calor, que el malecón te echa de menos al caer la noche. Todavía hay suspiros que te esperan en Venecia; y es normal, porque yo ya sabía, sin salir de aquel salón, que Sevilla nunca había visto tanto arte como el que llevabas atrapado en las pestañas.

Del mismo modo que sabía que, aunque no estuviste allí, le diste la mano a la primera mujer que se puso una minifalda en Inglaterra, que tú le habrías cedido tu asiento a Rosa Parks en el bus y que tarde o temprano, aunque te murieses de miedo, te habrías unido a los disturbios de Stonewall. Todo eso lo tuve claro mientras te besaba en aquel balcón. Salía de tu cuerpo como si lo llevases censurado y por fin te hubieses rebelado contra ti misma.

No hay mayor revolución que la que empieza dentro.

Lástima que cuando yo ya estaba a punto de encender las antorchas y regalarte un clavel tú decidieses que aquel todavía no era tu momento.

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